La gárrula de las aves se confundía con el ruido de las hojas
secas en su andar buscando su alimento; las ramas, crujían estremeciendo al
mismo bosque que dormitaba en el silencio; segundos después, hicieron arribo unas
ninfas juguetonas tomadas de la mano; por su lado, en el hueco de un gigantesco
árbol, un duende malvado planeaba hacerles travesuras; él, peleaba el
territorio en que ellas acampaban, más las lúdicas hadas, trataban de ignorarlo
cada vez.
No muy lejos del bosque, una terrible bruja y hechicera
preparaba su brebaje; envidiaba la bondad y hermosura de las ninfas, y muy en
especial de la más pequeña; ellas por su parte, ni siquiera imaginaban el mal
que les acechaba; una tarde, ayudada por la espesura de las copas de los
árboles, la maléfica bruja se disfrazó de estrella y, volando por encima del
bosque encantado, se dispuso a ir al encuentro de las inofensivas hadas.
El hechizo se trataba de lo siguiente; la que fuese detrás de
la luminosa estrella por su encanto, quedaría atrapada hasta que fuese
rescatada de lo que la malvada bruja les tenía preparado; las candorosas ninfas
en su alma bondadosa, ignoraban de forma inocente la trampa que la hechicera
les preparó para esa misma noche.
Las hadas jugueteaban como era su costumbre cuando, de
pronto, vieron a aquella luminosa estrella volar por encima de ellas; era tan
hermoso su destello, que una de las bellas ninfas no pudo evitar seguirla.
Spica, que así se llamaba la más pequeña y más hermosa de las hadas, voló tras
el destello a pesar de que sus compañeras le aconsejaron que no lo hiciera:
-¡No Spica… no lo hagas!... ¡regresa por favor! -, gritaban
unas y otras temerosas encimándose inclusive en sus advertencias; pero era tan
luminosa y atrayente aquella estrella, que fue imposible detenerla. Las hadas
del bosque, volaron tras su compañera tratando de salvarla de lo que intuían
como un peligro, pero, en un instante, por arte de la oscura magia de la
hechicera, Spica desapareció junto a la reluciente estrella.
Al día siguiente el travieso duende melodioso cantaba; era
uno de esos días en que le gustaba espiar a las hadas bañarse en el gran lago
encantado, aparte de que nunca faltaba hacerles alguna de sus travesuras; de
pronto, el rostro del pícaro elfo cambió, no veía por ningún lado al hada quien
le deslumbraba por su belleza, y comenzó a musitar:
-Spica… no la veo por ninguna parte …-, se repetía
tristemente; luego, desesperado, fue de un lado a otro buscándola; no era usual
que ella se separara de las demás hadas; corrió hasta cerca del hueco en la
montaña adonde vivían todas ellas sin poder encontrarla; entonces, se le
ocurrió regresar y acercarse más al grupo para ver qué escuchaba sobre la bella
Spica; nada pudo oír al respecto, sólo vio los rostros llenos de congoja de las
demás hadas.
Desde esa tarde comenzó a espiarlas muy de cerca todo el
tiempo, para ver si podía enterarse del destino de la bella Spica; hasta que un
afortunado atardecer, escuchó que las angelicales hadas comentaban algo en
torno al asunto, y decidió unirse a ellas en la búsqueda de la más pequeña de
las hadas, diciendo una y otra vez mortificado:
-¡Tengo que encontrarla!... esto debe ser culpa de la malvada
bruja del bosque… pero me las pagará la muy malvadaaaaaaaaa!...-, y gritando como
en delirio, corrió por todo el bosque llamando a la tierna ninfa por su nombre:
-¡Spicaaaaa… Spicaaaa!...-.
Mas sus gritos, sólo hacían eco a lo lejos y, su amada, no
aparecía por ningún lado; era como si la tierra se la hubiera tragado; en ese
momento, solamente el eco de su voz se escuchaba por todo el bosque, porque ni
aún las aves ni las ramas de los árboles se movían; entre una densa bruma, todo
parecía estar paralizado envuelto en un sepulcral silencio; era tanto así, que
hasta el mismo misterio sollozaba; el gran bosque, estaba de luto por lo
sucedido con Spica.

Desde aquél día, Spocus, que así se llamaba el travieso
duende, no descansó; buscó por cielo, mar y tierra sin obtener fortuna; mas una
noche cuando se disponía a meterse al hueco del árbol en donde él mismo vivía,
observó a lo lejos una majestuosa luz viajando hacia el Este que por un
instante lo encandiló; de inmediato se escondió detrás de una gigantesca hoja,
y pudo darse cuenta que ese brillo no era más, que la malvada bruja Constela; a
través de la luz que se filtraba por ese verdor mayúsculo, fue como pudo ver a
la arpía hechicera volando en su gran escoba; venía en busca de quienes había
comenzado a tomar gran aprecio, las hadas.

El astuto duende, corrió sin descanso en busca de una lámpara
mágica muy antigua, la cual se la habían heredado sus antepasados; al tenerla
entre sus manos, regresó corriendo e iluminó a la supuesta estrella; quien al
verse encandilada por aquella potente luz, se sintió mareada y cayó con todo y
escoba dándose tremendo golpetazo, que hasta se lastimó una pierna; como pudo,
se enderezó queriendo trepar nuevamente en su artefacto malévolo para escapar
de la furia del duende; las hadas que habían visto cómo el hombrecillo barbón
la enfrentaba con valentía, en seguida se prepararon para auxiliarlo; así que
entre prácticamente todas, levantaron a Constela dándole volteretas por los
aires; las demás hadas que no eran ya muchas pero tampoco fueron necesarias, se
colgaron de su larga cabellera dándole de jalones hasta dejarla inconsciente.

Para que no se pudiese levantar, el duende se sentó sobre
ella quien permanecía boca abajo; fue entonces que el hombrecillo barbado que
había sido un malvado con las diminutas hadas, comprendió su terrible error;
él, siempre buscó dañarlas con sus diabluras, y ellas, no hacían más, que
cuidar del bosque como también lo hacía él mismo; además ahora, había
descubierto que un gran sentimiento había nacido por todas ellas, sus
compañeras mágicas, aunque especialmente por Spica; el amor que sentía por
ella, lo había transformado poco a poco en un buen gnomo, y estaba decidido a
practicar los buenos sentimientos; nunca más, volvería a hacer travesuras.
Entonces, fue y les pidió perdón; rogándoles que le aceptaran
como un verdadero amigo incondicional; ellas encantadas y de mil amores le
aceptaron; de pronto, una gran luz que en un segundo bajó desde el cielo les
iluminó, al momento que también les dijo:
-Soy Spica…y con éste hechizo de la maléfica Constela… tengo
qué esperar a que un leñador quien tenga un ojo azul y uno verde… voltee a
contemplarme e implore por mí…sólo entonces… será que desaparezca su
maleficio…-,Spocus la miraba embelesado, a la vez que la seguía escuchando de
la misma manera:
-Mientras tanto… me encuentro junto a todas las estrellas del
manto celeste… esperando el ansiado momento de regresar junto con ustedes…-,
luego de lo cual, se alejó vertiginosamente a ocupar su lugar en el firmamento.
El duende furioso, intentó desquitar su cólera contra la
malvada bruja pero, al darse la vuelta para atacarla, la infame hechicera, con
un hábil movimiento, se pudo escapar montada en su escoba; Spocus, no paraba de
llorar lleno de rabia por su amada, acongojado además, y muy arrepentido por
haberles hecho tantas travesuras a sus ahora compañeras de dolor; aparte de
haber intentado echarlas del bosque; aunque por el momento lo importante,
primero, era recuperar a Spica; luego entre todos, cuidarán mejor del gran y
maravilloso bosque encantado.

Así, pasó mucho tiempo y ya nada era lo mismo; ahora el
duende cuando se internaba en el gran bosque ya no cantaba, y tampoco tenía a
quién hacerle travesuras; de tal suerte que para distraerse y no estar
sufriendo por lo sucedido a Spica, se entretenía cortando leña; aparte, le
servía para cocinar y como ejercicio, pues se estaba poniendo algo obeso; de
esa forma, acompañado de su gran hacha conoció a un nuevo amigo, de nombre
Nuro, quien era nada más ni nada menos que un pájaro carpintero, y era por
supuesto quien le daba instrucciones de cómo se cortaba la leña.
Una tarde de pronto, a Spocus lo invadió en tal grado la
melancolía por Spica, quién tiró la leña que llevaba al hombro y, dejándose
caer con el rostro viendo hacia el cielo, buscó el brillo de la más hermosa
estrella, para luego gritar con todas sus fuerzas:
-¡Spicaaaa… Spicaaaaa… mi amada Spicaaaaa!...-.
De pronto, escuchó una dulce voz cerca de su oído que le
contestaba:
-¿Me llamas duende malvado?...¿a poco crees que ya se me
olvidaron todas las travesuras que nos haz venido haciendo?...-.
En seguida, ante el rostro de incredulidad de Spocus que
tenía los ojos abiertos como platos, Spica siguió:
-Sin embargo… te agradezco que me hayas desencantado… porque…
gracias a ti… me he liberado del terrible hechizo de que fui
víctima…simplemente por egoísmo y envidia de la malvada bruja Constela…-.
Spocus corrió dando traspiés para darles la noticia a las
demás ninfas, quienes sorprendidas y agradecidas al enterarse de lo sucedido
con todo detalle, se le treparon a las barbas buscando ver sus ojos; dándose
cuenta de esa manera que, efectivamente, el duende tenía un ojo azul y el otro
verde; desde ese momento con el azul cuidaría de lejos el mar, y con el verde
custodiaría al gran y verdinegro bosque encantado.
Autora: Ma Gloria Carreón Zapata
Obra Literaria registrada.