jueves, 11 de diciembre de 2025

El Delito de Necesidad y la Injusticia Social.

 






Ensayo



 

​¿Hasta qué punto es justa una sociedad que castiga el crimen de subsistencia en lugar de prevenirlo? Para responder a esta pregunta, es fundamental analizar la crítica que obras inmortales de la literatura, como Los Miserables de Victor Hugo, realizaron al sistema penal y social de su época, a través del calvario de Jean Valjean. La historia de Valjean, condenado por robar un pan para alimentar a unos niños, plantea un dilema ético y legal que sigue vigente. Por ello, se argumenta que el sistema de justicia actual debe mitigar el castigo por robo de subsistencia, reconociendo la necesidad como atenuante, porque el verdadero error no recae únicamente en la ley, sino en la falta de empatía de la sociedad, la cual ignora las causas estructurales que llevan al crimen.

​Más que el simple cumplimiento de la ley, la falta de empatía de sus ejecutores es lo que perpetúa la injusticia, recordándonos que deberíamos ponernos en los zapatos de los demás. Victor Hugo encarna esta tesis en el Inspector Javert, un personaje cuya devoción inquebrantable a la letra de la ley lo convierte en un motor de la crueldad. Javert se niega a reconocer cualquier atenuante, viendo el robo de Valjean como una transgresión pura, sin importar que haya sido motivado por el hambre de unos niños. Esta rigidez ilustra la falla esencial del sistema penal que el ensayo critica: la ley sin misericordia es inhumana. Al aplicar un castigo desproporcionado por un "delito de necesidad", el sistema demuestra su incapacidad para distinguir entre el criminal por maldad y el criminal forzado por la supervivencia.

​Sin embargo, la rigidez legal que encarna Javert no es solo un problema histórico de un código penal anticuado; es el reflejo de una falla estructural que persiste hoy. La crítica de Hugo no es un mero eco histórico, pues la presión estructural que obliga a delinquir persiste, como se ilustra en la vida de los inmigrantes indocumentados en USA, donde la amenaza de detención les impide salir a trabajar, careciendo de lo más indispensable para sí mismos y sus familias. Esta situación, al igual que la de Valjean, demuestra que la ausencia de vías legales para la subsistencia transforma la necesidad en coacción. Cuando la ley bloquea las oportunidades legítimas, la elección no es entre el bien y el mal, sino entre la supervivencia y el respeto a un sistema que los ha excluido. Por lo tanto, el delito no es un acto de malicia, sino una respuesta previsible y forzada a la injusticia sistémica de la pobreza extrema y la exclusión.

​Esta persistencia de la injusticia nos obliga a una profunda autocrítica: la ley y la sociedad solo mejorarán si nos ponemos en los zapatos del otro y reconocemos la posibilidad de ser víctimas de ese mismo sistema. En última instancia, no solo la ley es culpable de estas injusticias, sino toda la sociedad por su carencia de empatía, desviando la culpa del fracaso estructural hacia el individuo marginalizado. Al no asegurar las necesidades básicas, la comunidad se vuelve cómplice del círculo vicioso de la pobreza y el crimen. Por lo tanto, el reconocimiento legal del "delito de necesidad" debe ser solo el primer paso. La verdadera reforma requiere que la sociedad combata activamente el egoísmo y la indiferencia que permite que millones de personas se vean obligadas a elegir entre el hambre y la transgresión de la ley.

​En conclusión, la tragedia de Jean Valjean en Los Miserables de Victor Hugo no es solo un relato de ficción histórica, sino una crítica atemporal a la rigidez de la ley y la indiferencia social. La mitigación del castigo para el delito de subsistencia no es un acto de caridad, sino un imperativo ético y legal que reconoce la realidad de la injusticia estructural. Por lo tanto, el camino hacia una justicia restaurativa y equitativa requiere más que códigos penales actualizados. Exige la reconstrucción de las instituciones de control social de la comunidad y una profunda transformación de nuestra moral colectiva. La verdadera lección de Hugo, y la reflexión central de este análisis, es clara: "Si fuéramos más humanos y nos preocupáramos por el prójimo, la vida sería diferente. Olvidémonos de tanto egoísmo y todos juntos reconstruyamos un mejor futuro para las generaciones venideras."

 

Autora: Ma. Gloria Carreón zapata.

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domingo, 7 de diciembre de 2025

JURAMENTO DE AMOR PERENNE

 


永恒爱情的誓言



夜晚穿着薄纱缓缓跳舞。而星星披上精美的丝绸,在地平线的巨大光芒显得绚丽夺目。

而你我,在承载着幸福的月光的映照下,向彼此发誓永恒的爱一千次。

这个吻滋味着我们渴望温柔与快乐的娇嫩嘴唇,我们的身体在寂静的伟大梦境中在爱中跳舞,洁白如猩红。

当夏天降临,我们跪在空虚的灵魂上,即将迎来严冬。

这位明星在他的空笔记本上捕捉到的浪漫。当我们在爱情中重复我们是多么爱对方的时候,我,目光没有从你娇小的眼睛上移开,就欣喜若狂,在银色的月亮下向你发誓永恒的爱。

突然,就在那一刻,一片寂静,使你沉默的嘴巴变得更快,同时发出了回荡在苍穹上的誓言。我们永恒之爱的伟大奉献。

作者:Ma Gloria Carreón Zapata.

图片来自 Google

译者 Marcelino valoiga Monsuy Ansue

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JURAMENTO DE AMOR PERENNE



La noche danzaba lentamente ataviada de tul. Mientras las estrellas vestidas de fina seda lucían esplendorosas peinando la inmensa luz del horizonte.

En tanto tú y yo, bajo el reflejo de la luz de la luna que en su rostro grabada llevaba la felicidad, nos jurábamos una y mil veces amor eterno.

El ósculo saboreaba nuestros delicados labios ávidos de ternura y placer, y nuestros cuerpos hacían malabares danzando enamorados en la quietud de un gran sueño blanco como la grana.

Cuando el verano cayó de rodillas sobre nuestras almas vacías a punto de alcanzar el crudo invierno.

Romance que el lucero plasmaba sobre su libreta vacía. Las mismas veces que enamorados repetíamos cuanto nos amábamos, y yo, embelesada sin despegar la mirada de tus delicados ojos te juraba amor eterno bajo la luna plateada.

De pronto en ese mismo instante gritó el silencio acelerando tu callada boca, pronunciando a la par un juramento que hizo eco sobre el firmamento. La gran ofrenda de nuestro amor eterno.




Autora: Ma Gloria Carreón Zapata.

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EL PASADO RECLAMA LO SUYO.

 






Fuimos víctimas del cruel destino

 que nos condenó al olvido.

Pero fue la memoria, y no Cupido,

 la que cumplió su obra,

volviendo a evocar el

 fantasma de nuestro pasado.

 

 Hizo eco de tu sí roto en mi oído,

trayendo el amargo recuerdo

de lo felices que fuimos

en aquella noche de entrega,

que no marcó una vida,

 sino el inicio de una ausencia.

 

Bastó el fantasma de un beso

 y una caricia perdida

para nombrarte mío,

y a mí, tuya en esta pena eterna.

 

 

Autora : Ma. Gloria Carreón Zapata.

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CONDENADO A CONTEMPLAR MI DICHA.


 




Te entregué mi amor

sin pedir nada a cambio,

rechazando cualquier voz

que brotara del alma para advertirme;

mi sentir, ingrato, se burlaba.

 

​Hoy, a lo lejos, contemplas mi dicha,

arrepentido de tu cruel destino.

 Es tarde ya para volver atrás:

 el tiempo y la vida hicieron lo suyo.

 

​Desde lontananza, condenado al olvido,

 maldices tu suerte; a veces has deseado

 hasta tu propia muerte.

Mientras, yo avanzo, feliz y dichosa.

 

​Agradezco al cielo por mi felicidad,

sintiendo en el alma el peso de tu pena.

 Mas nada hay por hacer,

 la misma vida presentó la factura.

 

 

Ma. Gloria Carreón Zapata.

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Imagen de Google.

sábado, 6 de diciembre de 2025

CERROS BLANCOS

 







​ Deméter, un hombre de 1.80 de estatura, complexión robusta, cabello rubio y ojos azules, y Marie, de mediana estatura, esbelta, con cabello rubio y ojos verdes, habían huido a México. Escaparon de la profunda crisis financiera y la desigualdad social que siguió al gran tumulto en Europa a finales del siglo XVIII. México les ofreció refugio y la promesa de una vida tranquila.

​Deméter se dedicó de lleno a la siembra y a la ganadería, y en pocos años fundó la hacienda a la que bautizó "Cerros Blancos". Tuvieron tres hijos pequeños, a quienes Marie se encargaba de enseñar a leer y a escribir. Aunque "Cerros Blancos" era una tierra árida y sus escasos habitantes luchaban por sobrevivir en la escasez, la hacienda pronto se convirtió en la principal fuente de empleo de la región.

​Con el paso del tiempo, el lugar prosperó y Sébastien, el primogénito, se casó con Ana, una joven campesina que laboraba en la hacienda. Juntos formaron una gran familia, procreando siete hijos.

​Una mañana, la paz se rompió cuando un peón corrió a avisar que los federales rodeaban la casa. Deméter fue denunciado por cuatrerismo por su cuñado, Onésimo. Consumido por la envidia y con conexiones en el gobierno, Onésimo, sin presentar prueba alguna, logró que su palabra valiera más que la inocencia de Deméter, quien había amasado una gran fortuna en lingotes de oro a base de trabajo honesto como agricultor y ganadero.

​Deméter fue sentenciado a tres años de prisión y trasladado al penal de Matehuala, San Luis Potosí. Mientras tanto, Marie intentó sacar la hacienda adelante junto a sus hijos y peones. Sin embargo, el dolor y las preocupaciones minaron su salud; Marie se consumió rápidamente hasta su fallecimiento.

​La noticia destrozó a Deméter, quien, desde el encierro, comenzó a albergar un odio profundo hacia su cuñado. Culpó a Onésimo por la muerte de su esposa y solo pensaba en estar libre para enfrentar a aquel hombre despiadado, cuyo único objetivo era verlo hundido.

​Cumplidos los tres años, Deméter fue puesto en libertad. Libre, pero desolado, decidió vender la hacienda y trasladarse a San Luis Potosí, determinado a encontrar a su cuñado. Utilizó gran parte de la fortuna amasada en lingotes de oro para asegurar el futuro de sus hijos menores y financiar su inquebrantable búsqueda. Sébastien, el mayor de sus hijos, decidió quedarse en "Cerros Blancos" con Ana y sus siete hijos. Tan trabajador como su padre, pronto se hizo de trescientas cabezas de ganado y una extensa milpa, sembrando maíz y frijol según la temporada.

​Deméter dedicó su vida a la búsqueda del cobarde Onésimo. La vida, caprichosa, los reunió de manera inesperada durante las fiestas de un pueblo cercano a San Luis Potosí. Deméter superaba en estatura a Onésimo, quien, al verlo, intentó huir desesperadamente. En su pánico, tropezó y cayó con todo su peso, golpeándose la cabeza contra una roca.

​El destino había ejecutado una justicia casual. Deméter, en lugar de sentir satisfacción, solo experimentó una profunda piedad por el hombre miserable que yacía en el suelo. Comprendió que la venganza no era un camino y que la vida misma se encargaría, siempre, de poner a cada quien en su lugar.






Autora: Ma. Gloria Carreón Zapata.

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EL LATIDO APAGADO

 






​ La decepción aún ardía en el pecho de Dana, un rescoldo de la relación que la había dejado en una profunda, casi paralizante, depresión hacía apenas unos meses. Se había refugiado en la red, no buscando consuelo, sino distracción.

Fue en medio de ese letargo emocional cuando apareció un mensaje inusual. Ella era famosa por ignorar los chats de desconocidos, pero algo en la notificación vibró con una urgencia que no pudo ignorar. Era una corazonada, la pequeña voz que le gritaba que debía hacer una excepción.

El remitente era José Luis.

Con el corazón, que creía ya cicatrizado, latiendo deprisa, abrió la ventana. El mensaje era de una simplicidad brutal: -¡Hola! Mi nombre es José Luis, ¿cuál es tu nombre?, un placer conocerte.-

Antes de responder, pinchó en su perfil. La foto mostraba un hombre de semblante honesto, vestido con ropa vaquera, y un sombrero que le cubría ligeramente la mirada. No era su "tipo", ella solía gravitar hacia lo urbano y sofisticado, pero había una solidez, una quietud en él que le pareció magnética. ¿Acaso era el amor llamando a la puerta, se preguntó, con esa desesperada esperanza que solo la soledad puede inspirar?

Él no esperó su respuesta. El siguiente mensaje llegó de inmediato, sin rastro de coqueteo, preguntando simplemente de qué lugar era. Curiosamente, la coincidencia fue instantánea: ambos eran del mismo Estado y País.

La amistad se gestó con una rapidez inesperada. Dana se enamoró de la diferencia que él marcaba. José Luis no la halagaba ni intentaba conquistarla; la escuchaba sobre su trabajo, compartía anécdotas de su vida sencilla, y conversaban sobre sus raíces comunes. Era refrescante, genuino.

Ella le había confiado su frustración con su carrera, algo que nadie más entendía. Él respondió con una honestidad desarmante que la tomó por sorpresa.

A veces es mejor no encajar, Dana. El mundo necesita menos copias y más originales. Lo que describes no es un fracaso; es el inicio de tu camino de verdad.

Esas palabras, directas y sin azúcar, penetraron la coraza de cinismo que Dana se había puesto. Ella se sentía validada, vista, por primera vez en mucho tiempo. Él no intentaba arreglarla, solo le daba permiso para ser ella misma. En esas conversaciones, donde el tiempo se detenía, ella experimentó el primer destello de alegría sincera en meses.

Pero la amistad venía con un manto de misterio que alimentaba su ansiedad. Dana vivía pendiente de la notificación, esperando sus mensajes con una mezcla de emoción y pánico. A menudo se quedaba mirando la pantalla, pues él no se conectaba. Y, lo que más la inquietaba, era que siempre entraba con el estado apagado, como si estuviera utilizando una cuenta fantasma, escondiéndose de alguien. -Tal vez es casado, con hijos-, se preguntaba Dana, mordiéndose el labio mientras esa sospecha dolorosa se instalaba en la base de su estómago.

La semana se hizo eterna. Los días pasaron sin un solo saludo, ni una sola línea. Justo cuando la frustración se convertía en la firme decisión de borrar su contacto, la ventana de chat saltó. Era él.

Su justificación fue tan vaga como el humo: -Me quedé dormido dos días seguidos-

Esa excusa, sumada a la recurrente desaparición durante todos los fines de semana, confirmó su sospecha más profunda. Era un hombre con un compromiso.

¿Y ahora qué? Dana estaba, sin remedio, profundamente enamorada de ese fantasma.

Ella trató de luchar. Le envió mensajes más cálidos, le preguntó por sus planes, intentó abrir una brecha en su armadura. Pero él era ahora un témpano. Sus respuestas eran cortas, distantes, tardaban horas. Entendió que José Luis no era malo, solo era emocionalmente inaccesible.

Era frío y se mantenía a una distancia calculada, sin exteriorizar ni una pizca de afecto genuino hacia ella.

Las cicatrices del pasado se convirtieron en su mejor maestra. Ya había vivido el dolor de aferrarse a alguien que no la quería. Esta vez, no se hundiría.

Con un dolor silencioso pero firme, Dana tomó su decisión. Bloqueó su perfil y cerró la aplicación, eligiendo tomar distancia, no para olvidarlo, sino para recordarse a sí misma que su paz valía más que la incierta y fría amistad de un desconocido. Era hora de dejar de mendigar migajas de cariño.

viernes, 5 de diciembre de 2025

EL AGOTAMIENTO DE AMAR A LA PERSONA EQUIVOCADA.

 








Hay un tipo de cansancio que no se cura durmiendo. Es la fatiga del alma, la que te deja vacío después de haberlo dado todo a la persona equivocada. Nos dijeron que el amor era resiliencia, lucha y sacrificio, pero nunca se nos advirtió que a veces, esa lucha se convierte en una lenta y digna autodestrucción.

Este no es solo un lamento, es el testimonio de la herida abierta por el amor que no merecíamos dar.

El dolor de amar al ser equivocado no es un golpe repentino; es la metralla constante de las pequeñas decepciones. Es el agujero en el pecho que se ensancha cada vez que eliges su bienestar por encima del tuyo. El dolor es la certeza de que tu valor no es negociable, pero lo negociaste cada día para encajar en el diminuto espacio que te concedían.

Duele la traición, sí, pero duele mucho más la traición a uno mismo. Duele recordar todas las advertencias que ignoraste, todos los límites que borraste por miedo a que se fueran. El dolor es el recordatorio físico y palpable de que tu amor fue real, inmenso, y que fue depositado en un recipiente que no solo no lo contuvo, sino que lo consumió sin un solo agradecimiento.

La herida no es el final de la relación, es el estado en el que quedas después de que termina la guerra. Es la sensación de estar vaciado.

Mi herida es el espacio que ocupó la otra persona en mí, y que ahora queda hueco y sensible al tacto. Es la erosión lenta de la autoestima, la voz interna que solía gritar de alegría y que ahora solo susurra dudas. La herida es la incapacidad de mirar hacia atrás sin ver una línea de tiempo marcada por mis esfuerzos inútiles, mis sacrificios invisibles.

Es una herida que no sangra hacia afuera, sino hacia adentro, volviendo ácida la dulzura que una vez poseíste. Es la desconfianza instalada como un centinela cruel en mi alma, que me obliga a cuestionar la autenticidad de cualquier gesto de bondad futura. La herida es el miedo de volver a ser tan valiente en el amor.

 El agotamiento es la última etapa. No es solo estar cansado; es la rendición inevitable de quien ha luchado con todas sus fuerzas contra un fantasma, contra una ilusión.

Estoy agotado de ser el motor, el terapeuta, el mediador, el salvador. Agotado de mantener a flote un barco que la otra persona se empeñaba en hundir.

Es el agotamiento de dar explicaciones que nunca se escucharon, de pedir cambios que nunca llegaron, de mendigar el tipo de respeto que debería haber sido la base.

Este agotamiento es la liberación. Es la paz terrible que llega cuando finalmente sueltas la cuerda, no por falta de amor, sino por un profundo y primario instinto de supervivencia. La gran fatiga no es por lo que perdimos, sino por todo lo que tuvimos que hacer para postergar lo inevitable.

Y ahora, desde las cenizas de esta herida y con este agotamiento profundo, solo queda un acto de amor revolucionario: empezar a devolver toda esa energía y dedicación al único ser que realmente importaba y que dejaste de lado: yo mismo.



Imagen de Google.

FANTASMA DE NIEVE EN EL ROBLEDAL.

 









​En el corazón del bosque, donde el musgo es color y la corteza oscura guarda el antiguo rumor,

no es gris ni rojiza la sombra que se estremece, sino un copo de luna que entre las ramas crece.

​Una ardilla de nieve, un fantasma de abril, con ojos de azabache, de andar frágil y sutil. La albina maravilla, en su traje de encaje, contrasta en la penumbra del verde paisaje.

​Salta del pino añejo, a la encina gigante, una astilla de brillo, un destello fugaz, distante.

no esconde nueces pardas, no busca el camuflaje, es un punto de luz que adorna el follaje.

​Pequeña aparición, silencio sin igual,

testigo del invierno, sin ser de invernal mal. Eres la rareza, la joya inesperada, una ardilla de mármol, por la floresta amada.



 

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Fotógrafia de Carl Anderson.

Minnesota.


¿QUIÉN ES EL VERDADERO "DISCAPACITADO"?







​La afirmación de que los individuos que se consideran "sanos" son, en realidad, los "discapacitados" es una crítica poderosa y radical al Ableísmo (el prejuicio a favor de las personas con capacidades estándar).

 Esta idea invierte el modelo tradicional (Modelo Médico, que ve la discapacidad como un "fallo" individual) y lo sustituye por el Modelo Social, que sitúa el problema fuera de la persona.

​Bajo esta luz, la discapacidad física no es la falta de movimiento, sino la falta de infraestructura accesible que impone la mayoría "sana."

​La mayoría de las personas consideradas "sanas" están incapacitadas por su rigidez mental y estructural. Están tan acostumbradas a que el mundo se adapte a su cuerpo promedio que son incapaces de concebir o construir un entorno que funcione para todos.

​El edificio no está diseñado para que todos puedan entrar. La discapacidad es la incapacidad del arquitecto y del urbanista para pensar de forma universal.

​Si un documento solo puede leerse con la vista (sin opciones de audio o Braille), la discapacidad es la incapacidad del diseñador o editor para comunicar de múltiples maneras.

​En este sentido, el individuo "sano" está discapacitado para la inclusión.

​La rigidez de la mayoría crea una discapacidad emocional y social. Al no tener que enfrentarse a barreras diarias (como una escalera o un mostrador demasiado alto), la persona "sana" desarrolla una ceguera selectiva o una profunda falta de perspectiva. Esta falta de empatía es una incapacidad para entender y valorar la diversidad humana.

​Si invertimos el concepto, descubrimos que aquellos con diferencias físicas a menudo demuestran una capacidad adaptativa superior. Su vida diaria requiere una creatividad y una resolución de problemas constantes para navegar por un mundo hostil.

​La persona que usa una silla de ruedas, por ejemplo, no está inherentemente "rota"; simplemente ha desarrollado una forma diferente, y a menudo ingeniosa, de interactuar con el espacio. La verdadera capacidad se mide por la adaptabilidad, la resiliencia y la inteligencia para superar obstáculos, cualidades que estas personas exhiben a diario.

​Los invito a a ver la "salud" y la "discapacidad" no como estados binarios de un cuerpo, sino como medidas de la calidad y la humanidad de una sociedad. Una sociedad verdaderamente sana no es aquella donde todos tienen el mismo físico, sino aquella cuya estructura y corazón son lo suficientemente flexibles y amplios como para acoger y celebrar todas las formas del ser humano. El peligro no es la falta de movimiento, sino la falta de voluntad para cambiar.



Imagen de Google.

EL DESPERTAR DEL EQUINOCIO.

 






​El aire ya no mordía. No era cálido, pero había perdido esa ferocidad glacial que había mantenido a raya al mundo durante meses. Luna, una gata atigrada que pasaba el invierno acurrucada junto al radiador, sintió el cambio primero. Saltó de la silla y se dirigió a la puerta de cristal, maullando con una exigencia inusual.

​Al otro lado, Elías sonrió. No necesitaba mirar el calendario; el sol que se colaba por la ventana tenía un matiz distinto, una luz más atrevida y dorada, no el pálido resplandor del invierno. Era el día en que la luz ganaba la batalla.

​Abrió la puerta y el olor lo golpeó: tierra húmeda, ligeramente fermentada, con un tinte agridulce y fresco de savia recién ascendida. Se puso el cárdigan y salió al pequeño jardín.

Las ramas del cerezo, antes rígidos esqueletos, parecían haberse hinchado, sus yemas vestidas con un tímido color rosa que prometía una explosión en las próximas semanas.

​Pero la verdadera señal estaba a sus pies.

Justo al borde de la acera de piedra, donde la helada había sido más persistente, un pequeño azafrán, de un púrpura intenso, había abierto su copa. No era una flor lujosa, sino una declaración silenciosa de resistencia. Elías se agachó.

 Tocó la flor con la punta del dedo y sintió la textura de los pétalos, finos y vibrantes.

​Respiró profundamente. El día no solo anunciaba la primavera, sino la promesa de todo lo que aún estaba por suceder. El color estaba regresando al mundo. Se puso de pie, y por primera vez en mucho tiempo, sintió que él también estaba a punto de brotar.



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Fotografía propiedad de Carl Anderson.

Minnesota.

EL PRIMER DESPERTAR

 






​La mañana llegó sin el mordisco helado de los últimos meses. No hubo necesidad de que el sol luchara contra la escarcha terca; hoy, el mundo simplemente se había rendido a la calidez. Era el 21 de marzo, el día que el calendario, y el espíritu, habían marcado en rojo: el primer día de la primavera.

​Abrí la ventana de par en par, algo que no me atrevía a hacer desde octubre. El aire que entró no era frío, sino ligero y perfumado con la promesa de algo verde. El olor a tierra mojada, a corteza de árbol y, sí, a un toque de flor de cerezo que aún no se había abierto, llenó la habitación.

​El jardín, que había sido un lienzo de grises y marrones durante demasiado tiempo, estaba experimentando una transformación milagrosa. Un mirlo, con el pecho orgullosamente inflado, cantaba desde la rama más alta del viejo roble, su melodía un anuncio triunfal de que el exilio había terminado.

​Justo al pie de la pared de piedra, donde el sol de la mañana golpeaba primero, la vi: la primera flor en atreverse. No era una rosa dramática ni un tulipán vistoso, sino un humilde azafrán, morado intenso y amarillo brillante, empujando su cabeza a través de las hojas muertas. Parecía sorprendida de estar allí, pero firme y radiante.

​Me senté en el porche, dejando que el sol me calentara la cara. El calor no era el fuego abrasador del verano, sino una caricia, una energía suave que infundía esperanza. Cada sonido, desde el goteo persistente del hielo que se derretía bajo el alero hasta el zumbido distante de la primera abeja exploradora, se sentía como una nota en una sinfonía de renovación.

​El invierno había sido largo, silencioso y duro. Pero en este primer día, sentí cómo el corazón del mundo volvía a latir. Era un recordatorio de que, no importa cuán profunda sea la quietud o cuán larga sea la espera, la vida siempre encuentra el camino para florecer de nuevo. La primavera no era solo una estación; era una promesa cumplida.




Por Ma. Gloria Carreón Zapata.

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El Delito de Necesidad y la Injusticia Social.

  Ensayo   ​¿Hasta qué punto es justa una sociedad que castiga el crimen de subsistencia en lugar de prevenirlo? Para responder a esta p...