Caminaba ansiosa de estar entre sus brazos. La
tormenta esa tarde hacía piruetas con la nevisca,
mientras el ocaso blanco desprendía su lluvia de
estrellas exagonales de hielo cristalizado, al son del congelado viento
danzaban. La ventisca no le permitía andar con libertad, apurando el paso con
la gabardina a punto de cristalizar, no titubeo, a la cita tenía que llegar, el
frío golpeaba su rostro como látigos enfurecidos como un castigo divino, en el
núcleo del purgatorio mientras en su andar seguía ululando el viento su
lacrimoso lamento. Los huesos entumecidos se resistían a seguir, la tarde
nevada caía por su afligido rostro, en la esquina unos jóvenes tarareaban una
melodía de moda, mientras el vaho se veía como salido de grandes chimeneas.
Sintió el pánico pulsar su alma. Suspiró
hondo y siguió adelante, pronto estaría frente a él. La noche emborrachó la
luna y el sonar de las copas de cristal se escucharon al chocar. Apuró el paso,
un presentimiento la hizo detenerse. -¿haber caminado en vano? pensó,
de pronto, presionando el timbre con
insistencia; la puerta abierta se encontraba, una pequeña mesa vestía de gala
esa noche
dos copas, un brindis y el aroma a perfume de
mujer.
Autora: Ma Gloria Carreón Zapata.
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