Como cada treinta y uno de octubre los niños salían a pedir dulces todos en grupo. De acuerdo a las costumbres del vecino país adoptadas como propias. Incluidas hasta en los nombres de las personas y en muchos términos de su lenguaje cotidiano, por prácticamente todos los habitantes de la frontera Norte.
Paúl, que así se llama el protagonista de este escalofriante cuento contaba con apenas nueve años, pero, a pesar de ello era un niño de una inteligencia asombrosa para su corta edad.
Casi desde que tuvo uso de razón comenzó a soñar con volar como ave por las nubes. Poco tiempo después empezó a coleccionar aviones juntándolos de todos tamaños y que eran a su vez la envidia de sus amigos de la cuadra. Pensaba que cuando creciera habría de partir de su pueblo natal a San Antonio Texas para así poder estudiar la carrera de piloto aviador.
La Villa donde vivía por esos tiempos era muy pequeña, parte de un municipio situado en la frontera Norte del estado de Coahuila. El poblado apenas contaba con una escuela secundaria y una preparatoria. Era imposible que tuviera una escuela de aviación. Siendo muy pequeño aún pensaba que algún día tendría que salir lejos de la pequeña población si es que en verdad quería realizar su más grande sueño.
Esa noche de brujas, Georges, su mejor amigo, pasaría por él para luego reunirse con otros camaradas del barrio. Eran aproximadamente las siete de la tarde cuando, Paúl ya irritado por la tardanza del amigo se asomaba desesperado por la ventana de la habitación. La cual daba hacia un gran parque que se encontraba a un lado de su casa. De pronto, vio a unos metros de distancia a otra palomilla de niños quienes gritaban al mismo tiempo frente a la casa de unos vecinos, del otro lado de la calle.
-¡Dulce o travesura!...-.
Más grande fue su desesperación al ver aquello a la distancia. Verificó los últimos detalles del bulto hecho por él mismo, para luego acomodarlo debajo de las cobijas. Las cuales movió un poco para terminar de hacerlo parecer su cuerpo acurrucado entre las sábanas, dando la espalda a la entrada de la habitación.
En seguida arregló los cabellos de una peluca de su madre que tomó sin que ella se diera cuenta, para después colocarla sobre un bulto fabricado con su pijama, luego se dirigió hasta la puerta para apagar la luz y ver por última ocasión su obra tan realista.
Posteriormente regresó hasta la ventana para, asido fuertemente de una estructura de malla que sostenía las gruesas enredaderas descolgarse sigilosamente hasta el jardín. Una vez abajo se dispuso ir al encuentro de sus amigos a quienes no tardó en encontrar.
En cuanto estuvo con ellos, en seguida les comentó que ya era un poco tarde para ir a pedir dulces pues, otros grupos de niños se les habían adelantado. Buscando con la mirada a Georges se dio cuenta que no se encontraba con ellos.
–No veo a Georges, ¿sus papás no le dieron permiso de salir a pedir dulces?...-
Todos se miraron sorprendidos nadie lo conocía más que él, Gaetano el mayor de ellos le informó.
-Tal vez no lo dejaron salir pero, a mí tampoco me dieron permiso y me escapé. Terminó en tono de orgullo.
Paúl por su parte, dijo.
--¡Yo también, mi madre dice que es peligroso salir esta noche pues, según ella, el diablo anda suelto!—
Aseveró, causando temor entre los demás chiquillos que lo oían.
Pasado el sobresalto, Gaetano volvió a hablar dirigiéndose a Paúl.
--Pensamos que Georges tu amigo estaba contigo, fuimos a buscarte a la casa donde dices que vive y nadie salió--
Paul les pidió que se adelantaran, él iría por su amigo, apresurado se echó a correr rumbo a casa de Georges, no sin antes ponerse de acuerdo para ver en dónde se encontrarían.
Acortando distancia se fue por un sitio desolado y oscuro. Un estremecimiento se apoderó de él al sentir un viento helado recorrer su cuerpo, y pensó.
--Mi grandmother decía que cuando uno siente escalofríos es porque la muerte nos toca--
Un ruido lo dejó paralizado; al pisar las hojas secas de los árboles y oírles crujir a la vez que una de las ramas rozaba su pantalón, y un ruido extraño parecía venir desde las copas de los árboles circundantes. Sintió terror y apuró más el paso para después correr a todo lo que daban sus largas piernas. No paró hasta encontrarse frente a la puerta de la casa de su amigo. Luego de descansar unos instantes pegando la espalda a la puerta y viendo así que nada pasaba. Más tranquilo ya, llamó desesperado sin obtener respuesta.
--Qué extraño, tanto que me insistió Georges que saliéramos para que me haya dejado plantado, yo que quería presentarlo a mis amigos.
Lo curioso del asunto era que las luces de la casa estaban todas encendidas inclusive los adornos de noche de brujas, todo. Desalentado decidió retirarse del lugar aunque, de pronto, algo lo hizo voltear hacia la ventana del segundo piso. Para su sorpresa un pequeño le saludaba agitando su manita a la vez que él le contestaba del mismo modo, su rostro se iluminó y se dispuso a insistir exclamando para sí mismo:
-¡Es Georges, lo sabía, no podía dejarme plantado!—
Regresó sobre sus pasos pero, al recargarse a la puerta para su sorpresa se dio cuenta que ésta estaba abierta. Pensó que su amigo había bajado a abrirle. Temeroso se introdujo al interior de la gran casona. Se encaminó a la sala y se sentó a esperar a Georges, de pronto, percibió un gran golpe. La puerta se cerró sola produciendo un crujido ensordecedor. En seguida escuchó como daba vueltas el cerrojo como si alguien hubiera puesto llave.
El temor lo invadió nuevamente y un escalofrío volvió a recorrer su pequeño cuerpo. Atemorizado llamó con desesperación a su amigo sin obtener respuesta alguna.
--¡Apúrate Georges, ya es tarde!—
¿En qué quedamos, no que íbamos a ser puntuales, eh?—
Siguió y armándose de valor se adentró a la casona.
--¡Pero ya verás en cuanto bajes, te daré unos buenos zapes y si lloras te meto otros más!-- Obteniendo un silencio sepulcral como respuesta.
Al estar frente a la recamara de su camarada aventó la puerta antes de entrar, dio un salto con la clara intención de sorprender al amigo, dándose cuenta de inmediato que la recámara se encontraba vacía. Todo estaba como si Georges no hubiera dormido ahí por largo tiempo. El polvo cubría el piso y los muebles del lugar pero, las huellas de sus zapatos estaban marcadas en el suelo. Por su lado, la pequeña lámpara del buró se encontraba encendida y pensó en seguida.
--Seguramente Georges me está queriendo jugar una broma--
Se dispuso a esconderse en el armario para ser él quien sorprendiera al otro. Sin hacer ruido, abrió sigilosamente la puerta y penetró dentro del viejo armario. Al cerrar desde adentro del mismo, sintió que algo helado lo sujetaba fuertemente del brazo invitándolo al mismo tiempo a callar.
--¡No hagas ruido, ella se encuentra aún aquí!--
Sin comprender absolutamente nada Paúl preguntó a su amigo a qué jugaba. Mas Georges no dejaba de temblar y de sollozar quedamente. Paúl lo interrogó preocupado.
--¿Qué pasa Georges, estás de broma?--
De pronto, se escuchó un ruido como de algo que se arrastraba, al mirar por el visillo de la chapa, pudo darse cuenta que una mujer estaba frente al armario. Su piel era tan pálida que parecía ser un fantasma, sus cabellos largos y despeinados no dejaban apreciar muy bien las facciones de su rostro. Sus manos delgadas e igualmente pálidas temblaban al momento de sostener una cuerda de nailon entre los dedos.
Fue en ese momento cuando Paúl sintió lo que era el verdadero terror y temblando de miedo junto al otro se arrinconaron en el oscuro lugar.
A lo lejos se escuchaban los gritos eufóricos de los niños pidiendo dulces a cambio de no hacer alguna travesura.
--Cuánta razón tenía mi madre al negarme el permiso de salir—
Pero ya era tarde, pensó Paúl, sin embargo ahora tenía que salir de esta. Y así sin comprender que estaba sucediendo en casa de su amigo estiró los brazos para alcanzar algo con que cubrirse.
El frío que se sentía en el lugar le estaba congelando hasta la médula de los huesos.
--Que extraño, pensó—
La casa contaba con calefacción sin embargo él sentía entumecidos los huesos.
De pronto, algo pesado caía sobre él, se trajo sobre si una pequeña caja de lámina provocando un estruendoso ruido. Posteriormente se dejaba escuchar el golpe nuevamente de la puerta. Para después ver a la misma mujer dirigirse al armario y de un fuerte golpe abrirlo.
Ellos gritaron al ver a la mujer amenazante con el odio reflejado en su demacrado rostro.
Los sujetó de las manos arrastrándolos hasta llegar a las escaleras del gran sótano. Después de aventarlos nuevamente cerró con llave, Georges no dejaba de llorar gritando.
--¿Mis padres, donde están ellos, y mi hermanita?—
En ese mismo momento Paúl comprendió que estaban en un grave peligro. No recordaba haber visto a los padres de su amigo al llegar. Es más ni siquiera los conocía, su amigo era quien lo visitaba cuando se daba sus escapadas al caer la noche. Recordó que al llegar vio el coche y la camioneta estacionados en el pórtico de la casa. Por cierto, cubiertos de polvo, al igual que la recamara del amigo. En ese momento se le ocurrió un plan.
-- levántate Georges, se me ha ocurrido una idea --
Y como pudieron trataron de llamar la atención de la mujer para hacerla venir y se pusieron a gritar a todo lo que daba su pequeña garganta, sin conseguirlo. Así pasó un par de horas aterrados escucharon un fuerte ruido que provenía de arriba. DIvisaron que la mujer aventaba un pequeño bulto que rodó por las escaleras. Ellos, gritaron de miedo al ver que se trataba de su amigo Gaetano, es el cadáver de Tano, como le decían ellos. Se dijeron entre sí.
A la vez que escucharon un fuerte grito que provenía de afuera. La mujer llamaba a su hijo en medio un desgarrador grito que le heló la sangre, mismo que logró hacer eco en la gran casona. Y por las palabras que alcanzaron a escuchar, se refería a su hijo muerto.
¡Mi hijoooo!
Paúl, buscó la manera de escapar buscando por todo el sótano, más fue imposible. La única y diminuta ventana que veía estaba rodeada de una reja de hierro, no creía tener la fuerza para derribarla. Buscó a su alrededor algo en qué trepar, sus azules ojos se posaron sobre un viejo baúl y dirigiéndose hacia él retiró el polvo con un pedazo de tela envejecida. Al ir abriéndolo lentamente se dio cuenta que estaba lleno de fotografías de la familia. Comenzó a ver una a una, en ellas había fotografías de la que probablemente sería la pequeña hermanita de su amigo.
Por medio de ellas fue conociendo a los que supuso serian los padres de Georges a quienes sólo conocía por mención de él mismo, y solo pequeños detalles. Había llegado a quererle a pesar de que era algo taciturno, Georges lo había conocido al llegar al barrio hacía ya un año, y desde entonces no dejaba de visitarlo algunas noches.
Más de pronto sus ojos se detuvieron en una de las fotografías. Una mujer de algunos treinta cinco años, cabello largo y negro como la noche, ojos grandes y claros, tez blanca y de facciones finas. Ella tenía que ser la madre de su amigo, lo tenía cargado en sus brazos, sí, era ella, no comprendía por qué esa mujer le parecía conocida.
Quizá algún día la había visto alguna vez que llegó a encaminar a Georges y no recordaba. Un escalofriante grito lo hizo reaccionar. Guardó rápidamente las fotografías para correr hacia las escaleras y prestar atención a lo que la mujer después del gran grito murmuraba, como si rezara, pero en otro idioma que él desconocía.
El murmullo de la noche se dejó escuchar y en seguida oyó unos gritos que provenían de afuera de la gran casona. Reconoció la voz de los amigos que los llamaban por su nombre. Vio como Caetano a quien habían dado por muerto comenzaba a moverse sin dejar de quejarse. La mujer lo había encontrado merodeando la casa buscando a sus amigos, que al ver que no llegaban, decidió ir a buscarlos.
Como pudo Paúl lo ayudó a ponerse de pie y sirviéndole de apoyo lo llevó hasta el sótano para posteriormente recostarlo, en lo que él trepaba al baúl para asomarse a la pequeña ventana y desde ahí pedir auxilio a los amigos, más fue en vano. Ellos, se encontraban retirados del otro lado del sótano.
En eso, se dejaron escuchar a lo lejos las sirenas de algunas patrullas para luego estacionarse frente a la gran casona. Y derribando la puerta penetraron con armas en mano. Eran unos oficiales que iban en busca de los muchachos. Los cuales ahora gritaban pero de júbilo al saberse rescatados de la peligrosa mujer, a quien ya uno de ellos llevaba esposada por delante.
Una vecina había dado parte a las autoridades, al ver a los chicos merodear la casona.
Paúl y Gaetano, repararon en la ausencia de su amigo Georges, que no encontraron por ningún lado.
Ya en la delegación de policía y abrazados de sus padres se sintieron seguros. Arrepentido de haber desobedecido a su madre Paúl le pidió perdón, nunca más la desobedecería. Esa mala experiencia no la olvidaría en toda su vida.
La declaración que escucharon de los labios de la vecina los dejó helados.
Sin dejar de escuchar Paúl se quedó viendo fijamente a la temida mujer y no evitó sentir un frio escalofrío recorrer su cuerpo, al darse cuenta que la demacrada y desquiciada mujer era nada más, ni nada menos que la mujer de la fotografía, quién precisamente tenía cargado en brazos a su amigo Georges.
--Es ella, es ella, la madre de George--, el pánico lo había paralizado.
Hacía un año la pobre mujer había perdido a su esposo e hijos en un accidente automovilístico. Por estas fechas de día de muertos se dirigían a pasar unas merecidas vacaciones al sur del País, cuando intempestivamente un tráiler los arremetió, donde lamentablemente perdieron la vida su esposo y sus dos hijos. Solo ella se había salvado, tanto dolor la había dejado trastornada.
No queriendo aceptar la realidad había acudido a la guija con lo cual había logrado traer la presencia de un ente venido de ultratumba, “el fantasma de Georges Schuberth”. Eso declaró una de sus vecinas.
Paúl estaba inconsolable ya nada sería igual, ahora comprendía muchas cosas. Aunque imaginario se había encariñado tanto con el fantasma de Georges. Ya nada era igual para él, cuánto lo extrañaba, Georges era su confidente al cual le contaba sus grandes sueños.
Pasaron los años y Paul nunca logró olvidar a su gran amigo. Él se había convertido en piloto aviador, había invertido sus ahorros en “La Casa de Schuberth”, como se apellidaba su gran e inseparable amigo.
Y en la cual vivió muy feliz a lado de su bella esposa. Contaban sus compañeros pilotos, que alguna vez llegaron a ver a Paúl custodiado por un desconocido. Aunque él nunca más volvió a verle recuerda que en una ocasión, después de una noche de juerga y sin haber dormido, el avión estuvo a punto de desplomarse cuando hacía sus prácticas y escuchó la voz de George gritar angustiosamente.
--¡Despierta Paul, despierta!—Salvándole la vida.
Autora: Ma. Gloria Carreón Zapata.
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