Ella:
¿Acaso las noches
de lunas plateadas,
cuando tus ojos me miran
en la lobreguez
no sin querer pronuncias
mi nombre a distancia,
y el eco se queda
sobre el firmamento
junto a ti durmiendo
en el silencio que ahoga
nuestra soledad?
Él:
Cada anochecer
desde ese terrible ayer,
lloran las estrellas
la atrición de tu ausencia
y mis manos buscan
entre lúdicos onirismos
tu deliciosa presencia porque
sin ti y sin tu querer,
yo ya no soy el mismo.
Ella:
En la misma cama
donde aquella noche
junto a ti dormí,
quizá ese astro
que reflejó mi historia
te recuerde ahora
que soy de ti.
Él:
Eres además
mi dulce y tierna gloria
amada enamorada
de mis noches y mis días
que te apoderaste de mí,
desde aquella madrugada
convertida en alegría
del día de mañana y de ahora
con tus letras engarzadas
eres mi dueña y señora.
Ella:
La mujer que llora
declamando quedo
que te quiere así,
y tiemblan tus labios
de sed matutina,
donde tus dulces mieles
a dulces sorbos bebí.
Él:
Tu piel de aroma alhelí
que calmaba mis angustias
y colmaba mis anhelos
hoy es causa de dolor,
de desvaríos y desvelos
con el amargo sabor
de saberte amor tan lejos
y por faltarme además tu abrigo.
Ella:
Y el soñar contigo
me trae el recuerdo
de aquellos instantes
en que junto a ti,
viví los momentos
más dulces y tiernos
que cualquier mortal
pudiera siquiera aspirar.
Él:
Simplemente al mirar
tu sonrisa angelical
o tu manera de andar
la emoción dentro de mí,
no conoció límites
en parques y jardines,
mercados y callejuelas
adonde con amor nos amamos.
Ella:
En aquella víspera
cuando los dos paseamos
por esas avenidas
de la gran ciudad,
la tarde que el majestuoso
“Ángel de la Independencia”,
testigo imponente fue
de nuestro gran amor.
Él:
Añoro aquél anochecer
cuando recién llegaste,
esa tarde en Coyoacán
de sorpresivas pancartas
que hacían eco a la consciencia,
una noche de café
de delicias sin clemencia,
de gritos de amor ocultos,
de caricias y secretos.
Ella:
Gran urbe de multitudes y concreto
que atestiguó aquél juramento
el que hicimos los dos
mientras nuestras manos
igual a nuestras miradas
nos acariciaban
recorriendo lento
al ritmo de un beso,
beso que en mi boca
tu boca para siempre selló.
Autores Mexicanos:
Miguel Valdés y
Ma. Gloria Carreón Zapata.
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