Era uno de esos días en que todos los seres humanos festejamos el día de pascua.
Esa mañana me encontraba en mi pequeño patio regando las plantas que conservaba después de que el último frente frío había acabado con casi todas.
En eso escuché una suave voz que me llamaba por mi nombre.
Era Ana una de mis vecinas, se asomaba por encima de la barda trepada sobre una escalera como era su costumbre, en lugar de hacerme una llamada o rodear la cuadra.
--Hola Sonia--, salgamos a tomar un café.
Hacía unos minutos me había levantado, últimamente me daba por acostarme tarde.
Casi bostezando le contesté el saludo y acepté salir a tomar el delicioso café.
--¿Dame tiempo de ducharme quieres?---.
Ella asintió con la cabeza y yo me dirigí de inmediato a la ducha, no sin antes dejarle la puerta principal sin llave.
No pasaron ni quince minutos cuando escuché unos fuertes toquidos en la puerta seguidos de un estruendoso ruido que me hizo estremecer,
--vaya esta chica trae prisa por charlar--,
murmuré para sí y me apuré a enjuagarme el cabello.
Casi terminaba de bañarme, le grité desde el cuarto de baño que pasara, ya me faltaba poco para salir.
Salí envuelta en la bata y al asomarme a la pequeña salita, cual sería mi sorpresa, no se trataba de mi vecina.
Eran unos hombres uniformados desordenando toda la casa. No me hice esperar y les grité que se detuvieran al ver como destrozaban todo lo que encontraban a su paso.
--¡Fuera de mi casa!---, les grité repetidas veces, ellos haciendo caso omiso seguían desordenándolo todo.
--¿Traen alguna orden de cateo?---, pregunté dirigiéndome al que suponía era el comandante.
De pronto sentí que alguien me estiraba del cabello, en lo que yo manoteaba tratando de zafarme.
--¡Mira perra, a mi comandante no le hables así!--, y de una bofetada me tiró al suelo, no sin antes arrancarme la bata de un jirón.
Quedando como Dios me trajo al mundo y a disposición de aquellos malhechores,
quienes no dejaban de mirarme como bestias hambrientas.
--Sin parar de gritar y en mi mente rogando a Dios que me protegiera de aquellos patanes, me apoyé de un pequeño mueble intentando ponerme de pie
Uno de los sujetos se abalanzó sobre mí al momento, que como pude traté de incorporarme, sentí su repulsivo aliento cerca de mi rostro, y sus asquerosas manos sobre mi cuerpo. En eso se escuchó un fuerte grito del supuesto comandante.
--¡Deja en paz a esa puta! No me arriesgaré a que el jefe nos castigue por culpa de esta perra maldita.
--¡Amárrala y súbela a la camioneta!--, casi babeando y sin dejar de mirarme con los ojos enrojecidos, el sujeto seguía destrozando lo poco que había en el departamento. Sospeché que por no encontrar lo que buscaban. En lo que los otros cinco se cargaban lo poco de valor que iban encontrando a su paso, luego sentí un duro golpe en la cabeza que me dejó inconsciente.
Unas fuertes risotadas me hicieron sobresaltarme. Creí que se trataba de una mala pesadilla pero no, todo lo que estaba viviendo era tan real como el mismo aire que respiraba.
Fingiendo que estaba aún inconsciente alcancé a escuchar como el supuesto comandante daba la orden de que me dieran el tiro de gracia.
Atemorizada grité rogando que no lo hicieran en ese mismo instante se escuchó la risotada en conjunto de los criminales, en lo que uno de ellos me tomaba nuevamente de los cabellos sin dejar de manosearme, haciéndome hacia él ya que me llevaban en medio de ellos me era imposible huir. Subí los pies y comencé a patearles y sin dejar de moverme y manotear intentando liberarme, comencé a darles de arañazos, en eso se escuchó el ruido del enfrenón a la vez que una fuerte voz dio la orden de que me tiraran.
--¡Avienten a esa maldita que ya me tiene hasta la madre, nos vemos en el infierno Ana Patterson!--.
El ulular de las sirenas se confundía con los gritos de las enfermeras, en tanto yo me hundía en un profundo sueño.
Autora: Ma. Gloria Carreón Zapata
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