Qué grande es tu misericordia mi Dios, y yo, que por sentirme
superior te di la espalda,
sin darme cuenta que solo era como un granito de mostaza, pero
tú, de la yema de mis dedos
me llevabas, mientras yo subía a la cima más alta del
universo creyendo que podía conquistar la gloria.
Navegué entre nubes afirmando que me encontraba en tu
edénico jardín, tomé la estrella más
resplandeciente del sagrado firmamento y la adoré creyendo
que era mía, su dueña me sentí
depositándola en una arqueta de cristal, pero ella dejó de titilar,
tan grande fue mi amor por ella
que me volví egocentrista y celosa de mi estrella favorita.
Una noche que me acerqué a contemplarla vi que moría lentamente
de tristeza alejada de su cielo, no conseguí hacerla feliz a pesar de amarla
tanto, y consagrarle mi vida entera. Sosteniéndola entre mis
manos con delicadeza la deposité
nuevamente sobre tu inmenso manto celeste. Y caí en una
depresión terrible separada de mi
estrella. No sé cuántas lunas pasaron, perdí la noción del
tiempo, olvidándome de todo olvidé que
la vida es pasajera.
Sentí morir porque el desprenderme de ella fue mortal, al
cerrar mis ojos para no contemplar la
despedida sentí tu gran poder sobre mi cuerpo y me volviste
a rescatar,
pagando un alto precio por mi vida me devolviste la cordura.
Comprendí que nada es de nadie en este mundo, que tú eres el
timón de mi destino Padre, como
también comprendí que
“el amor no es egoísta, ni jactancioso, nunca se ofende. ni es resentido”, que
cuando se ama en verdad, se espera, se perdona y soporta todo lo que venga. Que
si amamos
con el alma a quién no nos ama por igual lo mejor será
dejarle partir, también he comprendido al
fin que a tu lado mi Dios, se encuentra el verdadero y gran
amor.
Autoría: Ma Gloria Carreón Zapata.