viernes, 27 de noviembre de 2015

INCREDULIDAD MORTAL



Daban ya las tres de la madrugada; Antonio y Ernesto, quienes eran parte del personal de ese turno, estaban recogiendo las mangueras que habían quedado extendidas por un simulacro en el patio de la empresa, ya que pertenecían al departamento contra incendios.
Era una fría noche de febrero, así que llevaban cubierto el rostro con pasamontañas; las pesadas chamarras les impedían moverse con soltura; de pronto, escucharon un ruido extraño y se dirigieron hacia dónde provenía lámpara en mano.
Cuál sería su sorpresa cuando, frente a ellos, vieron a un ser demoniaco que los miraba amenazante; sus ojos eran tan rojos como el fuego; tenía cuerpo como el de un perro gigante pero, su rostro, semejaba al de los humanos.
Sin dar tiempo a que salieran de su asombro, de un gran brinco la bestia logró burlarlos saltando la barda de cinco metros de altura; quedaron inmovilizados los dos por unos instantes al ver aquello hasta que, por fin, reaccionaron para echar a correr con el terror reflejado en sus rostros.
Llegaron a la oficina con la respiración agitada dejándose prácticamente caer en las sillas ante la mirada curiosa de aquellos diez compañeros de jornada; luego de haberse calmado un poco, narraron a los mismos lo que habían visto para, en seguida, escuchar burlas y chistes de casi todos sobre lo narrado por los dos asustados compañeros; solamente Oscar y Abel, éste último de reciente ingreso, fueron quienes tomaron en serio lo sucedido a Ernesto y Antonio.
A la siguiente noche, estaban sólo once reunidos casi todos en tertulia, unos jugando cartas por ahí y otros charlando por allá; Oscar, el jefe de ellos, había salido por algún motivo; Antonio, Ernesto y Abel por su lado, comentaban un poco alejados lo sucedido la víspera cuando:
-¡Boooom!...-, sonó un fuerte estallido acompañado de una intensa llamarada; los once brincaron del susto para luego escuchar a Ernesto gritar:
-¡Oscar está afuera!...-, de inmediato, todos corrieron preparándose a acudir en su auxilio y asimismo a tratar de sofocar el incendio, el cual seguía sin control.
Bastó muy poco tiempo para que estuvieran ya saliendo como bólidos en pos del siniestro; Abel, iba de pie justo detrás de Antonio, quien piloteaba la unidad a toda prisa, y le gritó desde fuera:
-¡Tú sigue… yo me bajo por él!...-, pues, a cierta distancia, vieron a Oscar quien corría hacia ellos con el pantalón encendido de una sola pierna; venía gritando algo que no se oía gracias a la sirena encendida y al ruido del fuego aún a quinientos metros; Abel, se tiró y rodó sobre el pavimento todavía a buena velocidad para poder auxiliar a Oscar, quien no paraba de gritar tratando de advertirles algo.
Envolviendo con su chamarra la pierna del jefe y sofocando así el fuego, fue cuando pudo entender la advertencia:

-¡Fue el monstruo!...-, era lo que les repetía Oscar sin descanso; llegó ayuda del exterior pero, sólo ellos dos junto a Ernesto y Antonio, pudieron salvar la vida.


Autora: Ma Gloria Carreón Zapata.

Imagen tomada de Google.

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