Ayer visité nuestro pueblo, al
pasar por el colegio Hispano Americano, sin poderlo evitar a mi mente enamorada
acudieron los recuerdos de aquel ayer en que el verano nos brindó su esencia y floreció
el sentimiento del amor en mi corazón de niña. Cerré mis ojos y pude vislumbrar
tu elevada y estilizada imagen adorada que bien se apresuraba a tomar la clase.
En tanto yo dejaba de teclear aquella vieja máquina en la materia de taquimecanografía
para observar tu mirada de joven intelectual, y al pasar junto a mí no podías
evitar mirarme de soslayo, e inclinabas la cabeza en señal de saludo, entonces
la sonrisa afloraba de tus labios, tumulto de sensaciones se agolpaban en mi
alma dándome cuenta que no te era indiferente y mi corazón comenzaba a latir a
mil por hora.
Recuerdo como te sentabas hasta
la última fila, veía como torpemente sacabas tu cuaderno para tomar nota y desde
allá podía sentir tu mirada insistente clavada en mi persona, entonces me
ganaban los nervios queriendo huir, pero, era imposible porque desde ese mismo
instante quedé atrapada en tu profunda mirada que silenciosa me gritaba que tú
también me amabas.
Nuestras almas se abrazaban, se hablaban
silenciosamente por medio de nuestras cautas miradas, no había necesidad de
pronunciar palabra alguna.
Ansiosa esperaba la salida para
poder escuchar tu voz ofreciéndote a llevarme de regreso a casa. Con sigilo me
gustaba contemplar tus largas manos que al volante temblaban como palomas
asustadas queriendo volar y atrapar las mías. Callados sin saber que decir viajábamos
deseando eternizar el momento. Al llegar a casa como buen caballero te apurabas
a abrirme la puerta y con un hasta mañana nos despedíamos ansiando que aclarara
el nuevo día para volver a comenzar nuevamente la gran hazaña de volver a soñar
el sueño del amor.