Daban ya las tres de la madrugada; Antonio y Ernesto,
quienes eran parte del personal de ese turno, estaban recogiendo las mangueras
que habían quedado extendidas por un simulacro en el patio de la empresa, ya
que pertenecían al departamento contra incendios.
Era una fría noche de febrero, así que llevaban cubierto el
rostro con pasamontañas; las pesadas chamarras les impedían moverse con
soltura; de pronto, escucharon un ruido extraño y se dirigieron hacia dónde
provenía lámpara en mano.
Cuál sería su sorpresa cuando, frente a ellos, vieron a un
ser demoniaco que los miraba amenazante; sus ojos eran tan rojos como el fuego;
tenía cuerpo como el de un perro gigante pero, su rostro, semejaba al de los
humanos.
Sin dar tiempo a que salieran de su asombro, de un gran
brinco la bestia logró burlarlos saltando la barda de cinco metros de altura;
quedaron inmovilizados los dos por unos instantes al ver aquello hasta que, por
fin, reaccionaron para echar a correr con el terror reflejado en sus rostros.
Llegaron a la oficina con la respiración agitada dejándose
prácticamente caer en las sillas ante la mirada curiosa de aquellos diez
compañeros de jornada; luego de haberse calmado un poco, narraron a los mismos
lo que habían visto para, en seguida, escuchar burlas y chistes de casi todos
sobre lo narrado por los dos asustados compañeros; solamente Oscar y Abel, éste
último de reciente ingreso, fueron quienes tomaron en serio lo sucedido a
Ernesto y Antonio.
A la siguiente noche, estaban sólo once reunidos casi todos
en tertulia, unos jugando cartas por ahí y otros charlando por allá; Oscar, el
jefe de ellos, había salido por algún motivo; Antonio, Ernesto y Abel por su
lado, comentaban un poco alejados lo sucedido la víspera cuando:
-¡Boooom!...-, sonó un fuerte estallido acompañado de una
intensa llamarada; los once brincaron del susto para luego escuchar a Ernesto
gritar:
-¡Oscar está afuera!...-, de inmediato, todos corrieron
preparándose a acudir en su auxilio y asimismo a tratar de sofocar el incendio,
el cual seguía sin control.
Bastó muy poco tiempo para que estuvieran ya saliendo como
bólidos en pos del siniestro; Abel, iba de pie justo detrás de Antonio, quien
piloteaba la unidad a toda prisa, y le gritó desde fuera:
-¡Tú sigue… yo me bajo por él!...-, pues, a cierta
distancia, vieron a Oscar quien corría hacia ellos con el pantalón encendido de
una sola pierna; venía gritando algo que no se oía gracias a la sirena
encendida y al ruido del fuego aún a quinientos metros; Abel, se tiró y rodó
sobre el pavimento todavía a buena velocidad para poder auxiliar a Oscar, quien
no paraba de gritar tratando de advertirles algo.
Envolviendo con su chamarra la pierna del jefe y sofocando
así el fuego, fue cuando pudo entender la advertencia:
-¡Fue el monstruo!...-, era lo que les repetía Oscar sin
descanso; llegó ayuda del exterior pero, sólo ellos dos junto a Ernesto y
Antonio, pudieron salvar la vida.
Autora: Ma Gloria Carreón Zapata.
Imagen tomada de Google.
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