Nos dijimos adiós sin despedirnos,
no hubo necesidad,
habló el hastío y el amor se marchó
con dignidad.
El hábito se despojó de la mortaja,
por mi rostro ninguna lágrima fluyó,
al fin comprendió mi fiel corazón
que la despedida era su destino.
Un poema, un suspiro fue lo que quedó
de aquel gran amor que un día nos unió,
hoy meditando llegué a la conclusión
que ninguno de los dos perdió.
Él se ha llevado entre sus manos
la sortija de aquel juramento de amor
y a mi me quedó la satisfacción.
¡De ser la mujer que más le amó!
Autora: Ma. Gloria Carreón Zapata
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