Es una corazonada que lunas atrás me dicta el pensamiento; como cuando aquella vez de tu intervención quirúrgica de la columna debido a tus juegos inocentes, cuando brincabas de vagón en vagón creyéndote garrotero, lo presentí mucho antes y así, esta vez traigo esta espina clavada como un mal presagio rumiando dentro de mi cabeza.
Te he buscado en las dunas del desierto, en los cálidos amaneceres de nuevos días, he rebuscado tus huellas, en los rieles de aquel enclavamiento de estaciones de tren. Y este día he recorrido interminables listas buscando algún indicio que me lleve a ti, sin obtener respuesta amor. He llegado a la conclusión de que marchaste en el último vagón sin intentar siquiera despedirte. Y no atino a encontrar consuelo en mi propia alma.
Me he sentado sobre la sábula mojada haciendo remembranzas de aquella vez; en que sentados sobre el dehesa, nos sorprendió la lluvia y tú
me cubrías con tus brazos para que no me mojara, y en seguida correr tomados de las manos sin dejar de reír a ocultarnos debajo de un gran árbol, ya empapados por la lluvia que no dejaba de caer.
Y nuestras carcajadas se hacían escuchar confundiéndose con los relámpagos y truenos, que para mi fueron melodías celestiales a tu lado, olvidándonos por un momento de nuestro combate en las grandes canchas de frontón; fue ahí que te declaraste campeón robándome el primer beso y todo mi amor.
Ahora sin dejar de contemplar el firmamento buscándote bajo un cielo estrellado, vi asomar la luna que pesarosa me miraba en lontananza.
He gritado a los cuatro vientos tu nombre, que se fue haciendo eco en el horizonte y vi brillar una estrella que a lo lejos titilaba, la ilusión ya no inunda el corazón que ha dejado de palpitar a mil por hora, como cuando latió aquella vez que te entregué aquel corazón plateado como símbolo de nuestro amor.
Ahora como sonámbula tránsito por la vida, sin fe, ha muerto la esperanza de regresar a ti y volver a reflejarme en tus grandes ojos negros, solo me queda el recordarte y aquella vieja promesa que he guardado celosa para mí, murió; y contigo he enterrado la promesa de amor que nos juramos en nuestra tierna adolescencia donde una maquiavélica mentira causada por la envidia nos separó para siempre y hoy me he refugiado en el limbo de la decepción sin dejar de contemplar el cielo, ya no habrá mañana ni tampoco lunas, mucho menos un amor que pueda consolarme.
Autora: Ma. Gloria Carreón Zapata.
Imagen tomada de Google.
No hay comentarios:
Publicar un comentario