La tarde se desplomaba cuando me descubrí contemplando la amalgama de colores tornasol, que me convidaba el horizonte. Y un viento fresco acariciaba el escote de mi vestido color índigo, como el inmenso mar. Bajo la falda los sueños se escondían tratando de adivinar la nostalgia que me embargaba, ¿porqué tratar de imaginar cuando lo que pasa es tan real? Un fuerte oleaje de viento despeinó mi larga cabellera, como si el adivinara la melancolía que me traía el recuerdo de su ausencia y me consolara.
En ese instante mis ojos se cubrieron de niebla y los colores se hicieron más profundos, danzaban frente a mi escabulléndose uno a uno para luego desintegrarse en la nada, como el amor que se perdió tras el nórdico puro de la inocencia, en lo que el silencio me trasladaba a otro espacio.
Quise huir pero el tiempo apremiaba, una fuerza superior me guiaba a mi inevitable destino, entonces pude ver como la luz de la luna danzaba paulatinamente, se asemejaba a la luz que un día iluminó mi vida, y se perdió cual ala de luciérnaga sobre la oscura noche.
En ese momento le vi imperioso y distinguido, el sil, se mecía armonioso soltando las hojas amarillentas sobre los trozos verduscos del follaje que comenzaban a morir, y vi, como a esta muñeca se le caía el alma dando el primer paso hacia el pasado y el presente que se unieron apretando fuertemente el corazón, transformando el espíritu en una estatua de sal sin sentimientos.
Autora: Ma. Gloria Carreón Zapata.
Pintura tomada de Google, ignoro su autor.
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