..--¿Y por qué tengo que ceder a tus caprichos?...--,
preguntó Jana tajantemente.
Antonio con el rostro desfigurado y a punto de lanzar su furia sobre ella, como tantas veces lo hizo, vociferó encolerizado.
..--¡Porque sigues siendo de mi propiedad por eso!...--.
...--¿Que no recuerdas que te compré en el mismo instante en que firmaste el acta de matrimonio?
¡Te vendiste a mi para toda la vida, así que deja de argumentar a lo pendejo!...--.
Jana, cansada de tantas injusticias de parte de su marido, al fin había dejado de ser la mujer sumisa que fue por más de treinta años, y le respondió envalentonada.
...--¡Que mente tan turbia tienes Antonio San Román!...--, y sin dejarla terminar de desahogarse salvajemente la lanzó contra la pared.
Entre sollozos y gritos ella seguía escupiendo el desprecio reprimido que guardaba en el alma por tanto tiempo por ese cobarde machista.
...--¿De que te ha valido un título y aparentar ante tus amigos, lo que estas muy lejos de ser?...--.
Eso fue el acabóse, el energúmeno se abalanzó contra ella para luego lanzarle un golpe en el rostro con el puño cerrado.
...--¡Que te calles ramera!...--, el hombre fuera de si, nuevamente le lanzó un segundo puñetazo.
La sangre corría ya por el rostro de la valiente Jana, quien al fin se armaba de valor y enfrentaba al maldito misógino.
...--¡Nunca aprendiste como tratar a una mujer!...--, y mucho menos a la madre de tus hijos...--,
y sigues creyéndote que de esa forma tan dominante y soberbia pueda yo amarte alguna vez?
Ahogada en llanto y a punto de asfixiarse en su propia sangre, Jana seguía murmurando.
Como poseído por un ente maligno, se le quedó mirando a los ojos para luego propinarle otro golpe y nuevamente cayó al piso, momento que él aprovechó para lanzarle un puntapié.
Nada había ya que detuviera a Jana, tenía tanto rencor acumulado en el alma, que no le importaba morir en manos de ese miserable y siguió reprochando le lo que por tantos años su corazón guardaba..
...-- ¡No señor, yo no soy un trofeo el cual desempolvas y lo sacas para lucirlo ante la sociedad para ser aceptado y...--, sin dejarla terminar, otra vez el cobarde babeando de la rabia y desfigurado por el odio que sentía por Jana berreaba, al darse cuenta que ya no podía someterla a su antojo más.
...--- ¡Zorraaaa, maldita malagradecida, Dios, te va a castigar, soy tu marido y quien te da de tragar!...--.
Atolondrada por tanto golpe la pobre mujer, se enderezó como pudo, apoyada de la pared y sin dejar de decirle sus verdades, siguió gritando quejándose de dolor.
...-- No tienes perdón de Dios Antonio, por lo menos respeta su nombre, siempre has querido quedar como todo un caballero fingiendo que tienes el matrimonio perfecto, poco hombre...--,
fue entonces que el endemoniado sujeto pegó un fuerte berrido, que se fue haciendo eco en la habitación.
...--¡Que te calles te digo, perra!...--.
¡Soy una mujer!...--¡ un ser humano falto de afecto, de atenciones, que siente y esta deseosa de amar y sentirse amada!...--.
El hombre se lanzó contra ella como fiera embravecida gritándole las más horribles vulgaridades:
..--¡Puta infeliz!...-- ¡Siempre supe que eres una ramera perdida!...--,
Y sin dejar de golpearla como si estuviera poseído por el demonio, le advertía amenazándole con darle otra paliza si seguía.
..--¿Esto es lo que les enseñas a tus hijas, ahora comprendo porque ninguna de las tres quiere contraer nupcias, y tú eres la culpable pendeja...--.
Jana como pudo se enderezó para seguir echándole en cara su salvajismo, el odio y el desprecio mutuos era patente.
Para luego a puntapiés seguirla agrediendo, y por ultimo tomarla de los cabellos, sin dejar de gritar.
...--¡Te lo advertí maldita golfa tú te lo has buscado..,--.
La arrastró hasta la cocina para tomar un trinche y con el propiciarle el primer pinchazo: fue cuando ella reaccionó y con sus dos manos se aferró al mismo en defensa, pero la fuerza del infeliz pudo más, se fueron forcejando hasta llegar a la sala para luego el malvado aventarla con toda la fuerza que le permitía su voluminoso cuerpo y ella cayó vencida rompiendo en mil pedazos la mesa de cristal, con el trinche clavado en el cuello.
...--Mis hijas tienen que terminar sus carreras...--, el infeliz cobarde al verla moribunda se espantó, y fue de esa forma que la dejó que terminara de hablar.
...--No quiero que sean como yo de tontas, quiero que se defiendan ante cualquier injusticia y sobretodo de canallas como tú, ellas no dependerán de ningún hombre, es por eso que no se han casado, pero yo, nada tengo que ver en sus decisiones...--.
Con voz y sonidos guturales debido a la sangre que la ahogaba ella sentía que se le escapaba la vida y con dificultad seguía hablando.
...--Es simple y sencillamente que desde pequeñas han visto el trato que me has dado y eso es lo que las ha echo madurar emocionalmente...--. Lanzando el último suspiro, expiró, quedando tirada en un gran charco de sangre, su propia sangre, en lo que el cobarde asesino salió huyendo para perderse en la gran ciudad, pero antes revoloteo toda la casa para así tratar de engañar a las autoridades.
Autora: Ma. Gloria Carreón Zapata.
Imagen tomada de Google.
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