Pensando en ti me descubrió la noche, intrusa ponededo. Cerré
los ojos, vi caer la flor desecada en el regazo de mi memoria. Recordé nuestra gran
e inolvidable historia de amor, cerré los ojos para poder mirarte y sentí la tibieza
de tu piel rosar la mía, y la esencia de aquella rosa que me entregaste en el salón
invadió completamente los sentidos, volví a palpar también la caricia de
nuestro primer beso. Tembló de ilusión
el veranillo, quien testigo fue de nuestro inmenso amor.
Cómplice el viento sopló su mágico polvo a mis oídos
susurrando, es el pasado que vuelve a ti.
Un sonido amenazante me hizo estremecer, la voz de nuestro profesor,
enemigo del amor y del romanticismo, gritó.
¡Ridículos! De pronto las risas de los compañeros resonaron
en el aula, y tú apenado desde la butaca me contemplabas con esos ojos claros y
tu pícara sonrisa, en tanto yo, gritaba:
¡No pudiste esperar a la salida!
Quise que la Tierra se abriera y me engullera en ese
instante, pero por dentro gocé la dicha de sentirme amada por un ser tan
maravilloso.
Que importaba que el profesor gritara y todos se burlaran, si
éramos felices.
Bajo mis pies yacía la rosa esperando ser recogida, más sin
embargo de los nervios no pude moverme, estaba como hipnotizada sin dejar de
contemplarte, y entre el enojo y alborozo di gracias al cielo por haberte
puesto en mi camino.
En tanto la flor me brinda hoy el brote de la esperanza que
vestida de ilusión repite tu adorado nombre.
Autora: Ma. Gloria Carreón Zapata.
Imagen tomada de Google.
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