“Cuando bebas agua recuerda la fuente”.
Proverbio chino.
Mucho se habla de la
gratitud pero pocos la practicamos y es que los seres humanos no debemos
olvidar que somos mortales y en ésta vida sólo vamos de paso. Al partir nos
llevamos la maleta repleta de satisfacciones o vacía según hayamos elegido. No
más. Cuantas veces nos olvidamos de que existe un Creador y solamente cuando
nos pasa algún incidente recordamos su existencia y acudimos a Él, arrepentidos
de ése mal proceder. Como bien dijo Gilbert Keith Chesterton más conocido como G. K. Chesterton, escritor y
periodista británico de inicios del siglo XX.
“Siendo niños éramos
agradecidos con los que nos llenaban los calcetines por Navidad. ¿Por qué no
agradecíamos a Dios que llenara nuestros calcetines con nuestros pies?”.
Hay tantos padres
abandonados en los asilos de ancianos, muchas de las veces por circunstancias adversas.
Los hijos piensan que están mejor ahí y muchas de las veces son maltratados por
las personas del mismo lugar. Como don Roberto.
Haciendo mis prácticas como
enfermera en el Hospital Civil de Piedras Negras, Coahuila, conocí a un hombre
llamado así, quien trabajó del otro lado de la frontera muchos años como ilegal,
trabajaba de héroe cobrando poco, arriesgando la vida por los demás cada vez
que salía a cumplir una misión, era bombero. A raíz de una explosión perdió la
vista siendo deportado a su país de origen sin remuneración alguna, repudiado, con los bolsillos vacíos y con un
sentimiento profundo de haber sido humillado.
Un doctor del mismo sanatorio lo
llevó al hospital que fue su casa por algunos años, fue atendido por el oftalmólogo de la clínica de especialidades pagado por el mismo hospital, quien dictaminó
que don Roberto no volvería a recuperar su vista, el fuego lo había dañado irremediablemente.
Al no haber nada que hacer y
tampoco alcanzar el presupuesto del hospital que se reducía cada vez más, fue
trasladado al asilo de ancianos con apenas unos cincuenta y tantos años de edad,
aproximadamente. Al paso de las semanas don Roberto sé escapó del asilo y
regresó de nuevo al hospital argumentando que se fugó porque lo ponían a trabajar y como él
no veía lo golpeaban y como castigo extra lo dejaban sin comer para obligarlo a
hacer los menesteres del lugar, aparte de que la alimentación era pésima.
Además de golpear a los
ancianos y obligarlos incluso a trabajar cultivando hortalizas, las gentes de
ahí comenzando con los directivos, se llevaban a sus casas lo mejor de las cosechas
y de las donaciones que provenían de almas y organizaciones filantrópicas.
De esa manera, al no poder tenerlo más en el
hospital él prefirió andar por las calles viviendo en la mendicidad, durmiendo
debajo de los puentes y comiendo gracias a la generosidad de algunas personas
caritativas, cuando las encontraba.
De vez en cuando pasaba por
el hospital a saludar y agradecer al doctor Elíseo Hernández todo lo
que había hecho por él, a las enfermeras, a su tocayo el afanador, a la
cocinera, a la secretaria y a quienes nos habíamos portado humanamente con su
persona. Sin embargo a don Roberto la vida no le agradeció lo suficiente.
No logro comprender que siendo
“humanos” seamos tan inhumanos; tampoco entiendo cómo es que hay instituciones que
pisotean de esa manera la dignidad de personas heroicas, entregadas y con
experiencia, y menos sé, cómo es qué haya individuos quienes aún no sé enteran
que, a nuestro Creador, no le gustan los seres mal agradecidos. Al parecer hay
quienes no sé percatan de que nunca sabemos qué encontraremos a la vuelta de la
esquina, y no saben lo que la vida ha venido siendo por milenios para todos: Una
rueda de la fortuna.
Autora:
Ma. Gloria Carreón Zapata.
Imagen tomada de Google.
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