Esa mañana, el Sol teñía el cielo de colores cálidos; amarillos, naranja y rojos que caían envueltos en destellos luminosos sobre la ciudad fronteriza de Reynosa. Waldina, bajó a preparar su delicioso café que como un ritual repetía todas las mañanas. Su corazón, sin embargo, estaba lejos, donde el aroma a azar y la brisa cálida del Mediterráneo envuelven la ciudad de Valencia, hoy se mezclaba con la dulzura de un recuerdo.
Ese recuerdo era él: Alfonso, un joven con ojos color café claro y una sonrisa que podía iluminar la noche más oscura. Se habían conocido en las fallas de Valencia, un encuentro casual que se convirtió en una chispa que prendió una llama inmensa. Alfonso, con su guitarra y su voz suave, le había cantado una canción bajo la luz de las estrellas, una serenata improvisada que había resonado en el alma de Waldina, “Luna de España”, desde entonces ella le escribía y le recitaba sus versos de amor.
Sus citas eran sencillas, pero llenas de magia. Cuando Alfonso la visitaba en México, se paseaban por las orillas del Río Bravo, compartiendo historias bajo la sombra de los árboles o simplemente sentados en silencio en el parque cultural, disfrutando de la compañía del otro. El amor florecía entre ellos como una flor del desierto, resistente y hermoso, a pesar de las dificultades.
Pero la vida en Reynosa no era fácil. Alfonso, trabajaba incansablemente, luchando día a día para poder ofrecer a Waldina un futuro próspero. Waldina, se dedicaba a escribir, amaba la literatura, soñaba con un buen porvenir para ambos. A veces, la distancia y las preocupaciones parecían opacar la intensidad de su amor.
Una noche, bajo un cielo estrellado similar al de su primer
encuentro, Alfonso le regaló a Waldina un pequeño dije de plata con la forma de
una flor del desierto. "Esto
representa nuestra fuerza, Waldina," le dijo, "nuestra capacidad de
resistir y florecer, incluso en medio de la adversidad."
Las lágrimas rodaron por las mejillas de Waldina, no
lágrimas de tristeza, sino de un amor profundo y verdadero. En ese momento, supo que su amor por Alfonso
era algo indestructible, una fuerza que los uniría para siempre, como las
raíces de un árbol que se aferran a la tierra, en medio de la belleza y la
dureza del desierto tamaulipeco. Su
historia de amor, como la flor del desierto, era una prueba de resistencia, un
testimonio de un amor que florecía a pesar de todo.
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Imagen tomada de Google.
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