jueves, 3 de abril de 2014

TIRSO Y SATURIA

 




Amándonos libremente  cobijados con el inmenso manto estrellado, Carlos y yo hacíamos planes para desposarnos en poco tiempo. Llevábamos cinco años de relación  y nos amábamos tanto que no podíamos vivir más tiempo separados el uno del otro. Yo le acariciaba y besaba sus grandes ojos color marrón que tanto me gustaban, y esa, su mirada tan profunda que me hacía temblar al contemplarle; tanto que su sonrisa me incitaba al beso más ardiente; de pronto, me tomó de la mano y mirándome fijamente en un leve susurro me habló en su acostumbrado tono.


-- ¿Amor, Isaura, puedes contemplar la inmensidad de agua que tienen los océanos, 
tal es ilimitado este amor que por ti siento, y no es de ahora no, este amor que siento por ti--, me dijo, 
--sigue vivo a través de los siglos, recuerda que en épocas atrás juramos amarnos hasta más allá de la muerte, ¿acaso no lo recuerdas vida mía?--
 Dentro de mi sentí el corazón desbordar de gozo, y al latir apresurad amente dejó escapar un suspiro sumiéndome en un éxtasis indecible, entre lo real y lo fantástico.


De pronto me vi salir de una gran pirámide, seguida por tres mujeres indígenas ataviadas con ropajes largos, en lo que yo vestía un lujoso y diminuto traje diseñado con caracoles vivos, sentí pavor; cuando a mi espalda escuché de pronto la voz de una de ellas, 

.-- no tema son doce, estos caracoles que cargo en este frasco al igual vivos están, como aquél amor que Tirso y usted se profesaron aquel día--

 Sin comprender aquellas palabras seguí andando hasta llegar a un enorme patio, el cual tenía en la parte de en medio unos códigos desconocidos para mi, por lo cual me fue imposible descifrar.


Al llegar me incliné de rodillas, posando mi rostro sobre la madre tierra, y pude escuchar claramente sus gemidos, si, como si se lamentara. Me puse de pie consternada, sin decir una sola palabra de lo que había escuchado, de todas formas, me hubiesen juzgado loca, nadie me creería. 

Comencé a danzar con el rostro mirando hacia el cielo y mis brazos extendidos, al momento que se dejó escuchar a los presentes un canto de alabanza, y a la vez que se unió a nosotras un grupo de hombres vestidos de negro gritando..

.-- TOUDAH, TOUDAH--

 Para luego concluida la danza  comenzar el ritual al astro rey. La misma mujer que llevaba el frasco, se me acercó y destapando el mismo iba depositando de uno en uno los caracoles en mi mano derecha. Al levantar mi brazo para arrojarlos al astro en señal de ofrenda, vi como mi brazo se convertía en una gran antorcha, más no dejé de seguir lanzando cada uno de ellos en medio de una gran algarabía.


En lo que los hombres a la vez se inclinaban y gritaban al unisono..

 --¡Hija del sol, es la hija del sol!--

 Para nuevamente comenzar a danzar formando un gran circulo en el cual quedé atrapada.


Concluido el ritual me dirigí hacia otra de las pirámides que se encontraba frente al gran patio ceremonial, seguida de las mujeres. Al entrar, quedé horrorizada, dentro del lugar se encontraban algunas mujeres leprosas, y una mujer tomaba de los cabellos a su acompañante tirándola por el suelo, la cual rodó escalones abajo. No me pude contener y en contra de mi voluntad lancé un grito atemorizada, mismo que las hizo voltear hacia la entrada. A verme estiraban sus manos en señal de súplica, gimiendo, no pude soportar más y salí corriendo. Eso fue lo que me hizo despertar de la alucinación.


Después al abrir los ojos Carlos, me miraba fijamente como si estuviera viendo un fantasma, no supe en ese instante explicarme la sensación extraña que me hizo sentir, solo supe que le amaba, con un amor profundo.

Posteriormente la tierra comenzó a temblar, él me abrazó tan fuerte que al caer por el mismo movimiento rodamos sin soltarnos, y un calor abrazador nos consumía al roce de nuestros cuerpos, al momento en que intenté levantarme para auxiliarlo ya que un pedazo de muro caía por su cuerpo, grité pidiendo auxilio más solo un gran silencio nos acompañaba. Y al acercarme nuevamente a él, vi con dolor como murmurando me decía.

--Amor mío, te espero más allá de la misma muerte--

 Reprochando le al Eterno ¿por qué, por qué me privaba nuevamente de la tan ansiada felicidad?.

 Loca de dolor me volví, me desgarré las ropas, arañé mi cuerpo ante la impotencia de no poder hacer nada. Mi amor, mi gran amor partía hacia el más allá, en lo que me aferraba a su cuerpo que aun tibio se encontraba.


Me puse de pie, salí corriendo y al hacerlo tropecé con una gran roca que se encontraba a la salida de la puerta deteniendo un pequeño macetero. Al momento que intenté levantarme, mis manos tocaron algo extraño en el suelo, limpié el polvo que cubría algo que parecía una pequeña puerta, con una tapa de hierro oxidado, intenté levantar la, pero me fue imposible, regresé al interior de la casa, dirigiéndome al cuarto de herramientas, del cual extraje un fierro que usaba el jardinero para excavar en el jardín, y lo metí en medio del acero y poco a poco logré levantar la tapa, pero, no podía creer lo que mis ojos miraban, 
¡un pasadizo! 

Me introduje lentamente arrastrando mi delgado cuerpo,  recordando que, había olvidado la lámpara,  de nuevo corrí a todo lo que daban mis delgadas piernas, para nuevamente intentar entrar, ya adentro, todo estaba lleno de polvo cubierto con grandes telarañas, sentí tan familiar ese sitio, si, ya había estado ahí anteriormente, pero, ¿cuando? si yo desconocía ese lugar.


Algo que colgaba en la pared, me llamó la atención, un enorme cuadro coloreado a mano del siglo XVII, el cual tenía grabado el año de 1868. Me fui acercando poco a poco hacia el, y grande fue mi sorpresa, mi amado Carlos y yo, eramos los de la fotografía, en la cual más abajo apenas pude leer unas diminutas letras con los nombres de Tirso y Saturia. Y sobre un viejo mueble de madera se encontraba un pequeño frasco, el cual contenía algo de liquido, lo tomé entre mis manos, aun ignorando de que se trataba, corrí hacia el cadáver de mi amado, sin él no me importaba la vida. Acomodándome a su lado, para luego beber hasta la última gota del mortal liquido. Afuera escuché como la lluvia comenzaba a caer sobre el tejado, pegué mis labios a los de Carlos murmurándole amorosa al oído,

--" mi amor, nos encontraremos en la siguiente vida". Más allá de la misma muerte--




Autora: Ma. Gloria Carreón Zapata.

Derecho de autor 1204100589178

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