Aquella cálida tarde de verano, el crepúsculo no solo caía,
sino que regalaba un aire perfumado al ambiente. Yo me encontraba paseando por
el verde oscuro de la dehesa cuando a lo lejos, sobre una rama de un pequeño
arbusto, vi aterrizar a un gorrión. Se notaba, al instante, que estaba
lesionado.
Me acerqué lentamente para no asustarlo.
Lo tomé entre mis manos, depositando en él todo el cariño
que es capaz de transmitir el ser humano. Lo arrullé entre mis brazos, lo
alimenté, le dediqué mis versos. Y él, poco a poco, comenzó a hacer quiebros
con la voz en su garganta, retozando feliz a mi lado. Rogaba, suplicaba, que no
lo lanzara al viento. Tenía sus alas rotas, las cuales traté con infinita
delicadeza.
Un día, con una mezcla de miedo y ternura, me pidió que lo
enjaulara, que lo atara si era posible. Hice caso omiso a sus ruegos. No me
gustaba ver las aves en cautiverio, así que, suelto lo dejé. Solo le pedí un
favor: que, cuando quisiera marcharse, me lo comunicara. Así vivimos los dos
algunas lunas; un bello idilio donde poeta y gorrión se unieron en un solo
canto dedicado al amor.
Al pasar algún tiempo, vi el hastío dibujado en sus
pequeños ojos y, con un nudo en el pecho, le pregunté:
—¿Quieres elevar tu vuelo?
—No —respondió—. Soy feliz a tu lado.
Así seguimos, mas yo me daba cuenta de que el cariño que le
profesaba, aunque inmenso, no le era suficiente para la criatura que era. De
pronto, un día, me gritó que mi amor lo asfixiaba, pidió que lo liberara, que
estaba cansado de mis caricias.
Y sin decir más, lo tomé por última vez en mis manos.
Con un beso suave en
su pico, lo dejé en libertad. Vi cómo, contento y sin mirar atrás, alzaba el
vuelo directo a su ansiada libertad, solo que su destino no fue la soledad del
cielo, sino otro nido.
Mi dolor fue la primera estrofa de una larga elegía. Y como
dijo Gustavo Adolfo Bécquer, el poeta del lamento:
"...como se saca el hierro de una herida, su amor de
las entrañas me arranqué, aunque sentí al hacerlo que la vida me arrancaba con
él."
Pese a la punzada, lo superé. El tiempo siguió su paso, y
un día, quiso regresar. Pero yo, la poeta que le había enseñado a volar, ya lo
había olvidado.
Autora : Ma. Gloria Carreón Zapata.
Derecho de autor 1204100589178
14/12 /2024.

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