El aire cálido de Reynosa acariciaba el rostro de Estela
mientras observaba el cielo, un lienzo infinito salpicado de estrellas que
brillaban con una intensidad casi palpable.
El aroma a jazmín y tierra húmeda se mezclaba con la música lejana de
una fiesta, un eco distante que no lograba opacar la serenidad de la
noche. Ella esperaba.
Su corazón latía con una fuerza que le hacía temblar
ligeramente. No era la incertidumbre lo
que la inquietaba, sino la anticipación, la dulce espera de un encuentro que
había soñado durante meses. Desde que
conoció a Mateo, un joven arquitecto con ojos color verde aceituna y una
sonrisa capaz de derretir el hielo más resistente, su vida había tomado un giro
inesperado, un rumbo hacia la felicidad que antes le parecía inalcanzable.
Mateo, un hombre de pocas palabras, pero de profundos
sentimientos, le había prometido una noche bajo las estrellas, una cita
romántica en el lugar más especial de Tamaulipas: el mirador del Cerro del
Bernal. El lugar ofrecía una vista
panorámica de la ciudad, un mar de luces que se extendía hasta donde alcanzaba
la vista. Para Estela, sin embargo, la
verdadera magia residía en el cielo, en la inmensidad del universo que parecía
reflejar la magnitud de sus sentimientos por Mateo.
El sonido de unos pasos la sacó de sus pensamientos. Mateo se acercaba, su figura recortada contra
el resplandor de las estrellas. Llevaba
en sus manos una manta suave y una cesta de mimbre. Al verla, sonrió, una sonrisa que iluminó su
rostro con una intensidad que rivalizaba con la de las estrellas.
--Lo siento si te hice esperar--, dijo, su voz un susurro
apenas audible sobre el susurro del viento.
-No importa-, respondió Estela, su voz llena de
emoción. -- El cielo está precioso --
Se sentaron juntos sobre la manta, envueltos en el silencio
cómplice de la noche. Mateo abrió la
cesta, revelando una selección de quesos, frutas y vino tinto. Mientras compartían la cena, hablaron de sus
sueños, de sus miedos, de sus esperanzas.
Las palabras fluían con naturalidad, como si el cielo estrellado les
prestara su magia para conectar sus almas.
Bajo la inmensidad del cielo, rodeados de la belleza de la
noche, sus miradas se encontraron. En
ese instante, el tiempo pareció detenerse.
Solo existían ellos dos, unidos por un sentimiento profundo, una
conexión que trascendía las palabras. Un
beso suave, casi imperceptible, selló su promesa de amor eterno, un amor que
florecía bajo la noche estrellada, un amor tan inmenso como el universo que los
rodeaba.
Los meses siguientes fueron un torbellino de emociones. Su amor creció, fortalecido por el apoyo de
sus familias y amigos. Reynosa, su
ciudad, se convirtió en el escenario de su historia de amor, un romance tejido
con la magia de las noches estrelladas y el calor de sus corazones. Y así, bajo la misma noche estrellada que
había presenciado su primer encuentro, Mateo y Estela se juraron amor eterno,
prometiendo amarse bajo la luz de las estrellas, para siempre.
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