miércoles, 21 de mayo de 2025

SOLEDAD.

 









Soledad, vieja amiga, compañera silenciosa de tantas horas, a veces te abrazo con gusto, otras te rechazo con amargura.  Tu presencia, a menudo invisible, se manifiesta en la quietud de una habitación vacía, en el susurro del viento entre las hojas, en la inmensidad del cielo nocturno.  Eres un espacio, un vacío que se llena con la introspección, con la reflexión, con la creación.

En la soledad encuentro la fuerza para enfrentarme a mis miedos, a mis dudas, a mis propias limitaciones.  Es en tu abrazo donde puedo ordenar mis pensamientos, donde puedo escuchar mi propia voz sin la interferencia del ruido externo.  Es en tu compañía donde puedo descubrir la profundidad de mi ser, el misterio que me habita.

No obstante, la soledad también puede ser una prisión, un lugar de aislamiento y desesperación.  En esos momentos, tu abrazo se siente pesado, sofocante.  La quietud se convierte en un eco de la tristeza, la introspección en una espiral de autocrítica.  El vacío se torna abrumador, un vacío que exige ser llenado, no con la reflexión, sino con la compañía, con el contacto humano.

La clave, entonces, reside en el equilibrio.  En el arte de abrazar la soledad cuando nos fortalece, y en la valentía de buscar la compañía cuando nos debilita.  Soledad, vieja amiga, eres un espejo que refleja tanto la belleza como la fragilidad de la existencia.  Aprendo a convivir contigo, a valorarte y a respetarte, sabiendo que eres una parte integral de mi ser, una compañera a la que, a veces, necesito tanto como a la alegría de la compañía humana.

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