El Barrio de las Letras, con sus calles estrechas y
empedradas, respira historia en cada rincón.
Más allá de los nombres ilustres que dan título a sus vías, Cervantes,
Lope de Vega, Quevedo, etc, existe un amor silencioso, casi imperceptible, que
se filtra entre las piedras y se respira en el aire. No es un amor romántico,
apasionado, el que se grita a los cuatro vientos. Es un amor más profundo, más
arraigado, el que nace de la convivencia, de la tradición, de la memoria
colectiva.
Es el amor por la literatura, por la cultura, que se palpa
en las librerías antiguas, en la quietud de las bibliotecas, en el murmullo de
las conversaciones en las terrazas de los cafés. Es el amor por el pasado, que
se refleja en la arquitectura, en los patios escondidos, en las placas
conmemorativas que recuerdan a los gigantes literarios. Es un amor que se siente en la atmósfera, en
la propia esencia del barrio, un amor que se saborea en cada paso, en cada
descubrimiento.
Este amor no es efímero, es perdurable, una herencia que se
transmite de generación en generación.
Es el amor que une a los vecinos, a los libreros, a los turistas, a
todos aquellos que se sienten atraídos por la magia de este lugar. Un amor silencioso, pero profundamente
arraigado en el corazón del Barrio de las Letras, un amor que perdura a través
del tiempo, un amor por la vida, por la cultura, por la historia, un amor que
se respira en Madrid.
Autora: Ma. Gloria Carreón Zapata.
(copyright)
Imagen de Google.
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