Amándonos libremente cobijados con el inmenso manto
estrellado, Carlos y yo hacíamos planes para desposarnos en poco tiempo.
Llevábamos cinco años de relación y nos amábamos tanto que no podíamos vivir
más tiempo separados el uno del otro.
Yo le acariciaba y besaba sus grandes ojos color marrón que
tanto me gustaban, y esa, su mirada tan profunda que me hacía temblar al
contemplarle; tanto que su sonrisa me incitaba al beso más ardiente; de pronto,
me tomó de la mano y mirándome fijamente en un leve susurro me habló en su
acostumbrado tono.
-- ¿Amor, Isaura, puedes contemplar la inmensidad de agua
que tienen los océanos, tal es ilimitado este amor que por ti siento, y no es
de ahora no, este amor que siento por ti--, me dijo,
--sigue vivo a través de los siglos, recuerda que en épocas
atrás juramos amarnos hasta más allá de la muerte, ¿acaso no lo recuerdas vida
mía?--
Dentro de mi sentí el corazón desbordar de gozo, y al latir
apresuradamente dejó escapar un suspiro sumiéndome en un éxtasis indecible,
entre lo real y lo fantástico.
De pronto me vi salir de una gran pirámide, seguida por tres
mujeres indígenas ataviadas con ropajes largos, en lo que yo vestía un lujoso y
diminuto traje diseñado con caracoles vivos, sentí pavor; cuando a mi espalda
escuché de pronto la voz de una de ellas,
.-- no tema son doce, estos caracoles que cargo en este
frasco al igual vivos están, como aquél amor que Tirso y usted se profesaron
aquel día--
Sin comprender aquellas palabras seguí andando hasta llegar
a un enorme patio, el cual tenía en la parte de en medio unos códigos
desconocidos para mí, por lo cual me fue imposible descifrar.
Al llegar me incliné de rodillas, posando mi rostro sobre la
madre tierra, y pude escuchar claramente sus gemidos, si, como si se lamentara.
Me puse de pie consternada, sin decir una sola palabra de lo que había
escuchado, de todas formas, me hubiesen juzgado loca, nadie me creería.
Comencé a danzar con el rostro mirando hacia el cielo y mis
brazos extendidos, al momento que se dejó escuchar a los presentes un canto de
alabanza, y a la vez que se unió a nosotras un grupo de hombres vestidos de
negro gritando.
.-- TOUDAH,
TOUDAH--
Para luego concluida la danza comenzar el ritual al astro
rey. La misma mujer que llevaba el frasco, se me acercó y destapando el mismo
iba depositando de uno en uno los caracoles en mi mano derecha. Al levantar mi
brazo para arrojarlos al astro en señal de ofrenda, vi como mi brazo se
convertía en una gran antorcha, más no dejé de seguir lanzando cada uno de
ellos en medio de una gran algarabía.
En lo que los hombres a la vez se inclinaban y gritaban al
unísono.
--¡Hija del sol, es la hija del sol!--
Para nuevamente comenzar a danzar formando un gran circulo
en el cual quedé atrapada.
Concluido el ritual me dirigí hacia otra de las pirámides
que se encontraba frente al gran patio ceremonial, seguida de las mujeres. Al
entrar, quedé horrorizada, dentro del lugar se encontraban algunas mujeres
leprosas, y una mujer tomaba de los cabellos a su acompañante tirándola por el
suelo, la cual rodó escalones abajo.
No me pude contener y en contra de mi voluntad lancé un
grito atemorizada, mismo que las hizo voltear hacia la entrada. A verme
estiraban sus manos en señal de súplica, gimiendo, no pude soportar más y salí
corriendo. Eso fue lo que me hizo despertar de la alucinación.
Después al abrir los ojos Carlos, me miraba fijamente como
si estuviera viendo un fantasma, no supe en ese instante explicarme la
sensación extraña que me hizo sentir, solo supe que le amaba, con un amor
profundo.
Posteriormente la tierra comenzó a temblar, él me abrazó tan
fuerte que al caer por el mismo movimiento rodamos sin soltarnos, y un calor
abrazador nos consumía al roce de nuestros cuerpos, al momento en que intenté
levantarme para auxiliarlo ya que un pedazo de muro caía por su cuerpo, grité
pidiendo auxilio más solo un gran silencio nos acompañaba. Y al acercarme
nuevamente a él, vi con dolor como murmurando me decía.
--Amor mío, te espero más allá de la misma muerte--
Reprochando le al Eterno ¿por qué, por qué me privaba
nuevamente de la tan ansiada felicidad?.
Loca de dolor me volví, me desgarré las ropas, arañé mi
cuerpo ante la impotencia de no poder hacer nada. Mi amor, mi gran amor partía
hacia el más allá, en lo que me aferraba a su cuerpo que aun tibio se
encontraba.
Me puse de pie, salí corriendo y al hacerlo tropecé con una
gran roca que se encontraba a la salida de la puerta deteniendo un pequeño
macetero. Al momento que intenté levantarme, mis manos tocaron algo extraño en
el suelo, limpié el polvo que cubría algo que parecía una pequeña puerta, con
una tapa de hierro oxidado, intenté levantar la, pero me fue imposible, regresé
al interior de la casa, dirigiéndome al cuarto de herramientas, del cual
extraje un fierro que usaba el jardinero para excavar en el jardín, y lo metí
en medio del acero y poco a poco logré levantar la tapa, pero, no podía creer
lo que mis ojos miraban, ¡un pasadizo!
Me introduje lentamente arrastrando mi delgado cuerpo,
recordando que, había olvidado la lámpara, de nuevo corrí a todo lo que daban
mis delgadas piernas, para nuevamente intentar entrar, ya adentro, todo estaba
lleno de polvo cubierto con grandes telarañas. Sentí tan familiar ese sitio,
si, ya había estado ahí anteriormente, pero, ¿cuándo? si yo desconocía ese
lugar.
Algo que colgaba en la pared, me llamó la atención, un
enorme cuadro coloreado a mano del siglo XVII, el cual tenía grabado el año de
1868. Me fui acercando poco a poco hacia él, y grande fue mi sorpresa, mi amado
Carlos y yo, éramos los de la fotografía, en la cual más abajo apenas pude leer
unas diminutas letras con los nombres de Tirso y Saturia.
Y sobre un viejo mueble de madera se encontraba un pequeño
frasco, el cual contenía algo de líquido, lo tomé entre mis manos, aun
ignorando de que se trataba, corrí hacia el cadáver de mi amado, sin él no me
importaba la vida. Acomodándome a su lado, para luego beber hasta la última
gota del mortal líquido.
Afuera escuché como la lluvia comenzaba a caer sobre el
tejado, pegué mis labios a los de Carlos murmurándole amorosa al oído,
-- mi amor, nos
encontraremos en la siguiente vida, más allá de la misma muerte--
Autora: Ma. Gloria Carreón Zapata.
Derecho de autor 1204100589178
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