En un lugar muy apartado de la civilización llamado Cerros
Blancos, al Sur del Estado De Nuevo León, donde los habitantes hablan aún de
gnomos, fantasmas, la llorona, aquelarres, chaneques, brujas y duendes,
espíritus errantes y demás, legado de viejas civilizaciones, se cuenta una
leyenda muy popular entre sus habitantes.
Se habla de una cueva que contiene grandes tesoros en joyas
y miles de riquezas, acuñadas en cofres atiborrados de doblones españoles de
oro y grandes lingotes macizos también de ese precioso metal tan codiciado, así
como hermosas alhajas incrustadas con las más exquisitas piedras preciosas de
todas clases, como diamantes, rubíes, zafiros, esmeraldas, y toda la demás
pedrería imaginable.
Un día un lugareño escuchó sobre esa leyenda y, sin importarle
el peligro que conllevaba la empresa, cegado por la ambición, se adentró a lo
profundo de la sierra sin hacer el mínimo caso de advertencia de su gran y
único amigo de nombre Eduardo; de esa forma, al llegar a su destino por fin,
después de haber andado perdido varias jornadas al no haber dibujado bien el
croquis, boquiabierto, pudo finalmente darse cuenta de la verdad sobre lo que
se murmuraba en el pueblo pues, de pronto, se vio envuelto en una espesa
neblina.
Un gran escalofrió lo invadió haciéndolo caer sobre la yerba
perdiendo el sentido sin siquiera haberse podido percatar del asunto y, con
ello, a la vez, también perdió la noción del tiempo por unos cuantos minutos;
de esa forma, al volver en sí y recuperarse de su asombro, se dio cuenta de que
estaba ya dentro de la cueva; de pronto, escuchó un estruendoso ruido que le
heló la sangre.
En ese momento, arrepentido, pensó dentro de sí:
--¿Por qué no le hice caso a mi amigo Lalo?...--, como le
decía desde niño a su gran amigo Eduardo, pero ya era demasiado tarde, su
ambición tuvo más éxito que el consejo de su camarada de juegos infantiles, y
que la prudencia.
Ya muy tarde pudo darse cuenta pues, en ese instante, una
gran serpiente se abalanzó hacia él, sin darle tiempo a reaccionar y, así, el gran
susto que llevó lo dejó inmóvil por una fracción pero, además, luego al
pretender reaccionar, trastabilló cayendo a lo profundo de un barranco dentro
de la gran cueva y con esto a lo profundo también de un sueño inconsciente.
No supo cuánto tiempo después, tirado sobre el piso de
tierra, lo despertaron unos pequeños movimientos que trepaban a su gran cuerpo
mientras terminaba de recobrar el sentido; fue en esos instantes que finalmente
pudo abrir bien los ojos para también escuchar unos murmullos preguntándole
todos a la vez en diminutas vocecillas:
--¿Ya despertaste al fin?...--.
--¿Quién eres?..--.
--¿Cuándo llegaste?...--.
--¿A qué viniste?...--.
--¿Por qué estabas durmiendo sobre la tierra?...--.
--¿Traes dulces?...--.
--¿Desde dónde vienes?...--.
--¿Cómo te llamas?...--.
--¿Vienes solo?...--.
--¿Qué haces en este lugar tan lúgubre?...--.
--¿No sabes que esta cueva está maldita?...--.
Él, no daba crédito aún a lo que veía trepando sobre su
cuerpo, eran cientos de pequeños duendecillos quienes habitaban el lugar,
advirtiéndole en seguida que debería de salir huyendo del sitio; ellos, le
guiarían para que pudiese escapar de la gran serpiente que custodiaba la cueva
maldita, celosa siempre de que cualquiera se llevara su gran tesoro pero, para
nuestro ambicioso personaje fue más fuerte su ambición por segunda ocasión, que
el deseo de salvar su propia existencia, diciéndoles a todas las buenas
advertencias y buenos juicios:
--¡Yo vine por el tesoro… y el mismo que me llevaré!...--.
En eso, se escuchó un estruendo muy fuerte, era como si se
estuviese derrumbando la gran cueva pues rugían las piedras desde sus propios
cimientos y, asustado, salió corriendo acompañado de sus amables anfitriones
hacia un encaramado risco casi coronando el acantilado que por debajo de la
misma cueva casi se perdía de vista; de esa forma y a salvo por el momento, ahí
esperó en compañía de los duendes hasta que pasara el peligro cuando, de
pronto, escuchó una vocecita que salió volando de debajo del suelo del risco
diciendo:
--¿Necesitas ayuda?..., ¡yo te guío…, conozco estos
barrancos y desfiladeros perfectamente!...--.
El hombre aún sin comprender que estaba frente al hada de
los sueños, negó moviendo la cabeza; el, había ido detrás de un tesoro y sólo
preguntó en voz alta:
--¿Cómo he de regresar a casa con las manos vacías?...--,
agregando en seguida tercamente:
--¡No…, no puedo hacer eso!...--.
Y así, despreciando la tercera oportunidad de salvar su
vida, salió corriendo de regreso otra vez hacia la entrada de la cueva en donde
estaba aguardándolo la inmensa fortuna resguardada a su vez por la serpiente
maldita, ingresando con su linterna hasta encontrar el tan anhelado tesoro
escondido y, de esa manera, cuando por fin estuvo en el recinto formado por la
naturaleza, mientras acariciaba ambiciosamente los diamantes y las doradas
monedas brillantes, los lingotes de oro y las alhajas y demás joyas
resplandecientes a la luz de su lámpara, a la vez que prendía fuego a un gran
cofre de monedas antiguas conformadas básicamente en viejos doblones españoles
para quemar el gas venenoso acumulado por tantos siglos, no se dio cuenta
cuando, el enorme monstruo, la inmensa víbora que custodiaba la gran cueva,
apareció frente a él.
En ese momento hubiese querido que la tierra se lo tragara,
mil veces lo hubiese preferido al aterrador espectáculo de esa terrorífica
serpiente con fuego en los ojos, sangre en la boca y su lengua viperina y
espantosa que se movió frenética, cuando su dueña dijo en un siseo de voz
espeluznante:
--¡Por mi parte… te daré una única y última oportunidad de
salvar tu vida!...--, le advirtió la gran serpiente con una voz pasmosa como
infernal, riendo diabólica y escandalosamente después:
--¡Jajajajajaja!...--, y siguió de la misma forma alzando el
timbre cuanto podía:
--¡O todo o nada!...-- le grito con esa voz salida de los
mismísimos infiernos.
Él, que había ido preparado, de su morral sacó unos costales
que llevaba bien doblados, y empezó a guardar todo lo que podía en ellos; luego
de llenarlos con todo lo que les cupo, comenzó a meter lo que podía dentro de
sus propios bolsillos, llenó el morral de donde sacara los costales, se quitó
la camisa para poder cargar más monedas y diamantes en ella pero, ni aún así,
consiguió cargar con todo pues, era demasiado y la serpiente quien en realidad
era el demonio, le había advertido que se llevaría, o todo, o nada.
De esa forma el pobre hombre ambicioso arrastrando sus dos
costales, su morral y su camisa, además de solo un gran cofre y sus bolsillos
llenos a más no poder, intentó salir de la cueva cuando, de pronto, volvió a
tronar la macabra voz:
--¡Dije todo o nada!...--, el espeluznante tono infernal lo
detuvo para hacerlo voltear, y así ver cómo la gran serpiente se le abalanzaba
con las enormes fauces abiertas para engullirlo de un bocado; se sintió morir
en el instante que también sintió en sus espaldas las garras de un águila que
lo levantaba en vilo sobre el aire.
El hada de los sueños, había enviado a esa ave gigantesca
para salvar la vida del ambicioso hombre quien, en ese momento, reaccionó
dándose cuenta que estuvo a punto de perder la vida y no volver a ver jamás a
su familia, a sus hijos ni a sus padres solamente por ambición. Entonces,
comprendió que el mayor tesoro que tenía era su vida y la compañía de los
suyos; que el ser rico era muy complicado, y nunca más volvería a intentar
regresar de nuevo por ese tesoro maldito.
Y así, guardaría en lo profundo de su alma su inviolable
secreto, su inolvidable visita a la gran cueva diabólica.
Autoría : Ma Gloria Carreón Zapata
Imagen tomada de Google.
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