miércoles, 16 de octubre de 2019

JAVIERA. Segunda parte.




Esta vez sintió deseos de arreglarse un poco, corrió las cortinas de la sala mirándose fijamente y por largo rato en su pequeño espejo. Vio con preocupación que la sonrisa de antaño había desaparecido por completo, ahora contemplaba solo una mueca de amargura y unas cuantas canas que asomaban de su larga y castaña cabellera.

Tomó su bolso y se encaminó a la salida de la casa, para luego subir al auto y dirigirse al salón de belleza, tenía que apurarse antes de que saliera Fátima de la escuela.
De pronto acudieron a su mente unas palabras de un excompañero de la universidad.

--Javiera, la vida se vive solo una vez, ese hombre no te ama, le dijo, refiriéndose al padre de su hija, y siguió, déjalo y busca tu felicidad—

Dejó escapar una risilla traviesa al recordar a Lalo, quien estuvo enamorado de ella por muchos años, y que era su mejor amigo y confidente, pero ella no lo amaba, a quien amó en su momento fue al hombre con quien había contraído nupcias. Más él nunca la valoró y mucho menos la amó. Lo que la ayudó a soportar la relación fue que Ernesto el marido siempre trabajó fuera de la ciudad donde radicaban. Javiera se quedaba al cuidado de la casa y de su amada hijita. Tranquila ya sin el estrés de tenerlo ahí queriendo siempre humillarla, porque cada vez que estaba en casa era un infierno.

Como el clásico macho, él si tenía derecho a divertirse, tomar las decisiones, manejar el dinero, salir a los cafés con los amigos a la zona rosa a darse sus divertidas con mujeres, hasta altas horas de la madrugada. A ella nunca la sacaba y menos a tomar un café.

Cuando era invitada por alguna de las amigas, que en sí eran contadas, él le decía que se tomara el café en casa porque era muy caro. Le prohibía tener amistades por temor a que alguna lo viera por ahí y le comunicara de sus andadas. Ese hombre odiaba a las mujeres, cuando se refería a ellas, no podía faltar el “pinches viejas”.

Pero a Javiera no le importaba lo que él hacía, se había ganado su repudio, cansada en su intento de quedar bien con él atendiendo a sus familiares y amigos cada fin de semana a los que nunca tuvo conformes. Ella estaba sola en esa ciudad y se refugiaba en su hijita, en la lectura y en los quehaceres de la casa. Más ignoraba que estaba siendo observada por su pequeña, quien ahora le había buscado un “amigo”.

La voz de la estilista interrumpió sus pensamientos.

--¿Quiere voltearse para que aprecie por detrás su peinado?--

Al levantar la vista y contemplarse en el espejo, no pudo evitar lanzar un grito de sorpresa y una gran sonrisa se dibujó en su rostro satisfecha.

--¡No lo puedo creer!,
¿esa soy yo?--,

no podía dar crédito a lo que veía, esa mujer sonriente que contemplaba en el espejo no podía ser ella, se veía preciosa.
Cuando llegó por su hija a la salida de la escuela, estaba irreconocible,
--¡mamá!, ¿pero que te hiciste estas bellísima?--,

-- ya imagino lo que pensará Ignacio cuando te conozca por cámara, dijo la niña emocionada—

No hija, no quiero que Ignacio me vea como payaso prefiero que me conozca tal cual soy además, soy alérgica al maquillaje no puedo durar con la máscara muchas horas, de lo contrario mañana tendré que acudir al dermatólogo, como la última vez.

A una cuadra de la casa pudo divisar la camioneta de Ernesto.
Que extraño hija, afuera de la casa está la camioneta de tu padre, hoy no es día de su descanso, algo ha de haber pasado. él trabajaba catorce por catorce en un pueblo cercano, no era día de su descanso.

Al estacionarse metió la mano a su bolso buscando las toallitas desmaquillan tés, más no las encontró. Se recogió el cabello haciéndose una coleta, Ernesto se pondría furioso si la veía maquillada y peinada.
Se bajó apurada del coche y se fue por el lado del copiloto para ayudar a Fátima a bajar.
--¡Dios!, que mal me irá con Ernesto, nunca pensé que adelantara su descanso. Musitó para sí--.

Su hijita tristemente observaba sus nerviosos movimientos, en lo que se apresuraban a entrar a la casa.
Al introducir la llave a la perilla de la puerta sentía que su temblorosa mano la traicionaba, en ese momento quería que la tierra se la tragara.
Al entrar lo primero que vio fue a Ernesto sentado frente al televisor, al escucharlas entrar se levantó dirigiéndose a Fátima amoroso.
--Hola pequeña mía cómo--, sin terminar de pronunciar la frase el rostro se le desfiguró al instante al ver a Javiera transformada.
--Ve a la recamara Fátima, en un rato te veo--, la niña se dirigió a la habitación sin dejar de ver a su madre, ya imaginaba lo que sucedería.

El energúmeno se abalanzó como fiera sobre Javiera, metiéndole la mano por debajo de la falda tocándole sus partes íntimas, para después hacerle trizas la misma.
--Eres una cualquiera, ¿en eso te gastas mi dinero?, “La mona aunque se vista de seda mona se queda”--, gritó enfurecido para luego soltar tremenda carcajada burlándose de ella.

--Pero ahora mismo verás cómo te irá, mujerzuela barata--,

Javiera, humillada sin dejar de llorar de impotencia y coraje se cubría el rostro con sus dos manos, en tanto él se dirigía a la recamara para luego regresar con un rifle apuntándole sin dejar de vociferar.

--¡Perra maldita, ya no te burlarás de mi porque ahora mismo te mato!—

cortando cartucho le apuntaba a la cara.
Un desaforado grito lo hizo retroceder, era Fátima quien al escuchar esas amenazantes palabras salió corriendo de su cuarto abalanzándose sobre su padre, y aferrándose al rifle.

--¡No, más! ¡Ya basta de tanto abuso!, ¡a mi madre no vuelves a tocarla, no mientras yo viva!, tú, no la mereces,

¿si no la amas porque no le das el divorcio? ¡Déjala y búscate una que sea de tu agrado y te haga feliz --
.
El hombre no daba crédito a lo escuchaba, su hija, su propia hija estaba en su contra.

--Regresa a tu recamara Fátima--, ordenó furioso.

Desobedeciendo las órdenes de su padre Fátima corrió a abrazar a su madre como queriendo protegerla para que él no la golpeara, como lo hacía cada vez que le daba la gana.

En ése momento Javiera se limpió el rostro y se dirigió al furioso marido que seguía vociferando un montón de vulgaridades.

--Me tienes cansada, no te detienes ni porque la niña está presente, me arrepiento haber sido tan tonta todos estos años y no haber hecho caso a mi familia de que me divorciara de ti.

Sin dejar de gemir y acercándose a la niña dulcemente le pidió que se marchara a su recamara, la pequeña obedeció.

--Ve a tu recamara hijita, esta vez no permitiré que me golpee, te lo aseguro—

Fátima indecisa al fin se retiró en contra de su voluntad.
Ya solos y limpiándose el rostro con la mano se dirigió a Ernesto dispuesta a enfrentarlo... Continuara.

Imagen tomada de Google.

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