miércoles, 16 de octubre de 2019

JAVIERA.






Cansada ya de tanto bullicio y sobretodo el estrés, odiaba el asfalto caliente. Hubiera querido retroceder el tiempo y trasladarse a la época de su feliz infancia, añoraba aquellas callecillas de tierra, el olor a barro mojado cuando la lluvia caía a torrenciales en su amado pueblo.. 

Se ató la abundante melena y se encaminó hacia la ventana arrastrando su larga bata de seda color índigo que transparentaba su delgada silueta, así mismo sus penas. Pensando cómo es qué había pasado el tiempo, en dónde habían quedado sus años mozos, preguntas sin respuestas que el viento evaporó. Cuanta falta le hacían los sabios consejos de su padre, sobretodo su gran cariño. 

De pronto una dulce voz interrumpió sus pensamientos. 

--Hola mamá--, ¿quieres venir a mi recamara unos minutos? 

Se trataba de su pequeña hija Fátima de doce años de edad, de grácil figura y expresiva cara pecosa, su castaño y abundante cabello rizado hacía juego con sus negros y grandes ojos, quien no se separaba de ella más que para ir a la escuela. A Fátima le gustaba mucho la lectura como a su madre y ambas disfrutaban del calor del hogar, Fátima a sus doce años había leído a grandes autores como al dramaturgo poeta y novelista español Miguel de Cervantes Saavedra, o al novelista, dramaturgo y filósofo; Miguel de Unamuno y sin más a Benito Pérez Galdós, Juan Rulfo y muchos otros. A pesar de su corta edad, se daba cuenta de la situación que prevalecía en su hogar. Con un padre machista y una madre sumisa. 

Javiera la siguió hasta la recamara, y ya dentro, Fátima le señaló su computadora. 

--¿Mamá, quieres contestar el chat?--. 

En ese momento Javiera no comprendía lo que estaba sucediendo, poco sabía de tecnología. 

La niña la tomó de la mano y la acercó a la pantalla del ordenador. 

--Te he conseguido un amigo mamá, no me gusta verte como fantasma por toda la casa, me doy cuenta que mi papá no te ama y te he visto llorar por todos los rincones de la casa, es por eso que ya no quiero que estés más sola--. 

Javiera desconcertada no sabía que responder a Fátima. 

Sigo sin comprender hija, ¿pero, qué es lo que has hecho? 

--Te conseguí un amigo mamá, por internet--. 

Te quiero feliz, musitó Fátima. 

--Soy feliz hija, tu eres mi prioridad, mi gran tesoro, no necesito de nada más. 

Por unos minutos Javiera sé quedó pensativa sin saber qué hacer ni que decir. 

Se acercó a la pantalla del ordenador y sé dio cuenta lo que su pequeña hija había hecho. 

En la pantalla pudo leer unas líneas dirigidas a ella. 

--Hola Javiera, yo aquí revisando unos exámenes en lo que hablo contigo— 

--¿Qué tal tu día?— 

Javiera sintió pavor, y quiso salir corriendo de la recamara de su pequeña hija. 

Para empezar ella no sabía de computación, en tanto seguía leyendo lo que el hombre detrás de la pantalla le escribía. 

Se dio cuenta que el internet era un a arma de dos filos y su pequeña hija corría peligro. 

Pero, éste hombre parecía buena persona, educado sobretodo pensó, y por lo que le escribió suponía que se trataba de un profesor, así que decidió seguir el juego . 

--Hola, buenas tardes señor Ignacio--, por unos minutos el hombre dejó de escribir. 

--Hola Javiera, ¿cómo fue tú día? 

Javiera sentía que el rostro le hervía de la pena, ella conversando con un extraño, pensó. 

Por un momento deseo arrancar el cordón del ordenador , ¿y si este hombre era un asesino, o un secuestrador? Pensó. 

Al voltear pudo percatarse de que su hija satisfecha apoyando los codos en el escritorio leía lo que ambos se escribían, de pronto, de aquél lado de la pantalla pudo leer que Ignacio le pedía cámara. Sintió terror, su marido le había hecho creer por muchos años que ella era una mujer fea y que ningún hombre podría amarla nunca. Más sin embargo, sentía curiosidad por saber quién era el hombre que se encontraba detrás de la pantalla, pero a pesar de eso se negó. 

--Será en otra ocasión señor, por ahora me despido, no sin antes agradecer su amistad--. 

Ignacio resignado le dio las buenas noches y ella pidió a su hija que la acompañara y apagara el ordenador. 

Ya en su recamara le pidió a Fátima que le contara ¿cómo era que había contactado a este señor? Le habló del peligro que corrían ambas, y le hizo jurarle que no volvería a comunicarse con el tal Ignacio. 

--Mamá, te aseguro que he sabido elegir bien--, respondió la adolescente. 

Antes de presentarte a Ignacio lo investigué y supe que era el hombre ideal para ti, él vive muy solo dedicado a su trabajo no tiene tiempo de conocer mujeres por eso nunca se casó. 

Javiera no podía dar crédito a lo que escuchaba, o será que los niños de ahora piensan como grandes, pensó. ¡Ay! esta niña me va a matar de un disgusto, ahora tenía que vigilar a Fátima más de cerca, era muy peligroso que a sus escasos doce años anduviera por internet y sobretodo hablando con desconocidos. 

Como bien hay un dicho que recita así… “La curiosidad mató al gato”. 

Esa noche Javiera no pudo conciliar el sueño, anhelaba sentirse amada, tener por lo menos una ilusión y por lo poco que sabía de Ignacio, era el hombre perfecto para ella. Y olvidando la prohibición deseaba que las horas pasaran para que su hija la volviera a contactar con Ignacio. 

Fingía tener el matrimonio perfecto a los ojos de la sociedad, más sin embargo a su hija no podía engañarla. 

A sus cuarenta y dos años anhelaba con alcanzar la felicidad, liberarse un día del misógino que la torturaba verbal y físicamente, soñaba con un príncipe azul que la liberara del infierno en que vivía, que la amara, la valorara y la apoyara, ahora, esta era su oportunidad de ser feliz. 

De pronto, la asaltó el remordimiento, nunca se le hubiera ocurrido traicionar a su marido, ni siquiera en pensamiento, pero, ahora le demostraría que ella era capaz de conquistar el corazón de un buen hombre. 

Al día siguiente antes de llevar a Fátima a la escuela, le pidió que le dejara encendido el ordenador y después de algunas instrucciones de parte de la niña pudo entrar a una página a leer poesías. Estaba ilusionada con volver a saber de Ignacio, ¿Cómo sería físicamente? ¿Y si era un hombre obeso y chaparro?, se preguntaba. 

No, estaba segura que Ignacio era el hombre de sus sueños, un caballero. 

Esta vez sintió deseos de arreglarse un poco, corrió las cortinas de la sala y se dirigió al espejo que se encontraba colgado a la entrada de la casa. Se quedó mirando fijamente por largo rato frente al espejo y se asustó al ver que la sonrisa de antaño había desaparecido por completo, ahora contemplaba solo una mueca de amargura y unas cuantas canas que asomaban de su larga y castaña cabellera. 

Tomó su bolso y se dirigió a la salida de la casa, para luego subir al auto y dirigirse al salón de belleza, tenía que apurarse antes de que saliera Fátima de la escuela. 

De pronto acudieron a su mente unas palabras de un excompañero de la universidad. 

--Javiera, la vida se vive solo una vez, ese hombre no te ama, le dijo, refiriéndose al padre de su hija, y siguió:- déjalo y busca tu felicidad— 

Dejó escapar una risilla al recordar a Lalo, quien estuvo enamorado de ella por muchos años, y quien era su mejor amigo y confidente, pero ella no lo amaba a quien amó en su momento fue al hombre con quien había contraído nupcias, más él nunca la valoró y mucho menos la amó. Lo que la ayudó a soportar la relación fue que Ernesto el marido siempre trabajó fuera de la ciudad donde radicaban, y ella se quedaba al cuidado de la casa y de su amada hijita tranquila ya sin el estrés de tenerlo ahí queriendo siempre humillarla, pero cada que estaba en casa era un infierno. 

Como el clásico macho, él si tenía derecho a divertirse, salir a los cafés con los amigos a la zona rosa a darse sus divertidas con mujeres hasta altas horas de la madrugada. A ella nunca la sacó y menos a tomar un café, cuando era invitada por alguna de las amigas, que en si eran contadas, él le decía que se tomara el café en casa porque era muy caro, hasta le prohibía tener amigas, por temor a que alguna lo viera por ahí y le comunicara de sus andadas. Ese hombre odiaba a las mujeres, cuando se refería a ellas, no podía faltar el “pinches viejas”. 

Pero a Javiera no le importaba lo que él hacía, se había ganado su repudio, cansada en su intento de quedar bien con él atendiendo a sus familiares y amigos cada fin de semana a los que nunca tuvo conformes. Ella estaba sola en esa ciudad y se refugiaba en su hijita, en la lectura y en los quehaceres de la casa. Más ignoraba que estaba siendo observada por su pequeña, quien ahora le había buscado un “amigo”. 

La voz de la estilista interrumpió sus pensamientos. 

--¿Quiere voltearse para que aprecie por detrás su peinado? 

Al levantar la vista y contemplarse en el espejo, no pudo evitar lanzar un grito de sorpresa y una gran sonrisa se dibujó en su rostro satisfecha. 

--¡No lo puedo creer!, ¿esa soy yo?--, No podía dar crédito a lo que veía, esa mujer sonriente que veía en el espejo no podía ser ella, estaba preciosa. 

Cuando llegó por su hija a la salida de la escuela, estaba irreconocible, 

--¡mamá!, ¿pero que te hiciste estas bellísima?--, 

-- ya imagino lo que pensará Ignacio cuando te conozca por cámara, dijo la niña emocionada— 

No hija, no quiero que Ignacio me vea como payaso, prefiero que me conozca tal cual soy, además soy alérgica al maquillaje, no puedo durar con la máscara muchas horas, de lo contrario mañana a temprana hora tendré que acudir al dermatólogo, como la última vez. 

A una cuadra de la casa pudo divisar la camioneta de Ernesto. 

Que extraño hija, afuera de la casa está la camioneta de tu padre, hoy no es día de su descanso, algo ha de haber pasado. Ernesto trabajaba catorce por catorce, no era día de su descanso. Al estacionarse metió la mano a su bolso buscando las toallitas desmaquillan tés, más no las encontró, se recogió el cabello haciéndose una coleta, Ernesto se pondría furioso si la veía maquillada y peinada. 

Se bajó apurada del coche y se fue por el lado del copiloto para ayudar a Fátima a bajar, ¡Dios!, que mal me irá con Ernesto, nunca pensé que adelantara su descanso. Musitó para sí. Fátima tristemente observaba sus nerviosos movimientos, en lo que se apresuraban a entrar a la casa. 

Al introducir la llave a la perilla de la puerta sentía que su temblorosa mano la traicionaba, en ese momento quería que la tierra se la tragara. 

Al entrar lo primero que vio fue a Ernesto sentado frente al televisor, al escucharlas se levantó dirigiéndose a Fátima amoroso. 

--Hola pequeña mía cómo--, sin terminar de pronunciar la frase, el rostro se le desfiguró al instante al ver a Javiera transformada. 

--Ve a la recamara Fátima, en un rato te veo--, la niña se dirigió a la recamara sin dejar de ver a su madre, ya imaginaba lo que sucedería. 

El energúmeno se abalanzó como fiera sobre Javiera, metiéndole la mano por debajo de la falda tocándole sus partes íntimas, para después hacerle trizas la faldeta. 

--Eres una cualquiera, ¿en eso te gastas mi dinero?, “La mona aunque se vista de seda mona se queda”, gritó enfurecido para luego soltar tremenda carcajada burlándose de ella. 

--Pero ahora mismo verás cómo te irá, mujerzuela barata--, 

Javiera, sin dejar de llorar se cubría el rostro con sus dos manos, en tanto él se dirigía a la recamara para luego regresar con un rifle apuntándole sin dejar de vociferar. 

--¡Perra maldita, ya no te burlarás de mi porque ahora mismo te mato!— cortando cartucho le apuntaba a la cara. 

Un desaforado grito lo hizo retroceder, era Fátima quien al escuchar esas amenazantes palabras salió corriendo de la habitación abalanzarse sobre su padre, y aferrándose al rifle 

--¡No, más! ¡Ya basta de tanto abuso, a mi madre no vuelves a tocarla, no mientras yo viva! ¿Tú no la mereces, si no la amas porque no le das el divorcio? ¡Déjala y búscate una que sea de tu agrado y te haga feliz . 

El hombre no daba crédito a lo escuchaba, su hija, su propia hija estaba en su contra. 

--Regresa a tu recamara Fátima--, ordenó furioso. 

Desobedeciendo las órdenes de su padre Fátima corrió a abrazar a su madre como queriendo protegerla para que él no la golpeara, como lo hacía cada que le daba la gana. 

En ése momento Javiera se limpió el rostro y se dirigió al furioso marido que seguía vociferando un montón de vulgaridades. 

--Me tienes cansada, no te detienes ni porque la niña está presente, me arrepiento haber sido tan tonta todos estos años y no haber hecho caso a mi familia de que te dejara. 

Acercándose a la niña, dulcemente le pidió que se marchara a su recamara, la pequeña obedeció. 

--Ve a tu recamara hija, esta vez no permitiré que me golpee, te lo aseguro— 

Fátima indecisa al fin se retiró en contra de su voluntad. 

Ya solos se dirigió a Ernesto. 

--Te he permitido muchos abusos Ernesto, pero desde ahora te digo, nunca me he portado mal, he vivido dedicada a ti y a mi hija, y no has valorado nada, ni siquiera el amor que dijiste tenerme un día fue real, pero, el día que encuentre a un hombre que me ame, no lo pensaré dos veces y me iré con él. 

El tipo se abalanzó sobre ella como bestia herida propinándole tremenda bofetada, ella. Se armó de valor, tomó con fuerza el teléfono inalámbrico que estaba en la mesilla y se lanzó sobre él asestándole un fuerte golpe en la boca del estómago con lo cual le sacó el aire sin darle tiempo a reaccionar. 

--Te lo advertí, ¡no más! Si antes no me defendí fue por mi hija, no me hubiera gustado que viera estas cosas, pero veo que a ti no te importa, así que quiero el divorcio--. 

Jadeando de rabia Ernesto entró a la recamara para luego salir con su misma maleta, sin pronunciar una sola palabra. 



Javiera se dirigió a la habitación de su hija luego de asegurarse que Ernesto se había marchado. 

Ya dentro Fátima quien estaba sentada en el piso jugando con su gato alzó la cabeza y le dijo, “el valiente vive hasta que el cobarde” quiere mamá. Espero que sigas así, verás que no volverá a hacerte daño y mucho menos a humillarte. 

Sin poderlo evitar Javiera se puso a llorar abrazada a su pequeña, no sabía si era de alegría al darse cuenta que pudo enfrentar al energúmeno o si el motivo era su pequeña, nunca hubiera querido que presenciara tanta violencia. 

--Anda límpiate esas lagrimas que no me gustaría que Ignacio te vea así mamá, ahora mismo revisaré correo a ver si ha dejado algún mensaje--. 

--¿Sigues? Eres terca como tu padre Fátima, ¡no entiendes que no deseo conocer a nadie!, si a tu padre que le di el más hermoso tesoro que eres tú, ve como me trata, imagínate otro hombre hija?--. 

--Bueno, si no deseas la amistad de Ignacio, entonces lo eliminaré de mis contactos— 

Al escuchar esas palabras Javiera sintió como si le clavaban un puñal en el corazón. 

Y se detuvo a media habitación, no hija, no lo hagas, por favor, tal vez un día tenga ganas de conversar con él como amigos. No prometo más, no estoy en condiciones de ofrecer más que mi amistad, por el momento. 

Ahora preparo la cena para ducharnos e irnos a descansar, que este día fue agotador. Musitó para luego dirigirse a la cocina. 

--¿Se habrá regresado a Nuevo Laredo mamá?, ¡mamá!. 

Javiera estaba concentrada en sus pensamientos que no escuchó a su hija. 

--Perdón--, estaba ensimismada en mis ideas hija que no te escuché. 

--Pregunto por papá mamá— 

--Tal vez hija— 

--Ya sé, estás pensando en Ignacio si no me equivoco, ¿cierto?--, No hija, estoy pensando en mis problemas y en que ahora que tu padre regrese, nos irá muy mal a ambas, es muy vengativo, tal vez hasta nos recorte la catorcena--, pero, bien dijo Charles Baudelaire, “El mejor remedio de todos los males es el trabajo”, así que estoy pensando irme a trabajar. 

Fátima soltó tremenda carcajada, ¡jajaja!, hay mamá me hiciste reír, si no sabes hacer nada, ¿en qué podrías trabajar, que no fuera de sirvienta? Además mi padre no te dejará trabajar— 

Javiera se molestó ante las palabras de su hija. 

--¿Y tú crees que el trabajo de sirvienta es deshonroso Fátima, ya basta de ser tan sumisa?— 

--Estoy dispuesta en trabajar en lo que sea siempre y cuando sea un trabajo honesto, pero te juro que de hambre no nos moriremos--. 

Fátima se acercó para luego abrazarla, plantarle un beso en la mejilla y luego expresarle, me siento muy orgullosa de ti mamá. 

Al terminar de cenar se dispusieron a lavar lo que habían ensuciado, para luego, cada una darse un baño, ponerse la pijama y conversar de cómo le había ido a Fátima en la escuela y después de leer un poco como cada noche lo hacían antes de retirarse a sus respectivas habitaciones a descansar. 

Fátima interrumpió la lectura para preguntarle a su madre. 

--¿Mamá, en verdad no quieres saber nada de Ignacio?--, a lo cual la madre respondió. 

--Mira hija, ahora tengo muchos problemas como para andar pensando en amiguitos, mejor vamos a descansar que hay que levantarnos temprano, ya mañana veremos--. 

Una varilla de luna se colaba por la ventana, y una leve sonrisa se dibujó en el rostro de Javiera al recordar al recordar a su reciente amigo del cual nada sabía en realidad. 

No pudo evitar pensar en él, sería romántico, cómo será su voz, pensó. Hacia tantos años que no sabía de palabras bonitas y mucho menos de una caricia, era grande el deseo de sentirse amada. 


 Continuará.
Imagen tomada de Google.



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