En el surco profundo de la tierra
morena,
donde el viento susurra leyendas de
gloria,
cabalgas de nuevo, rompiendo la
cadena,
con el rostro de bronce tallado en la
historia.
Emiliano, de mirada firme y bigote
de sombra,
tu traje de charro es bandera y es
llanto;
no hay rincón del Anáhuac que no te
nombre o te nombra,
bajo el cielo que cubre tu eterno
quebranto.
No pediste castillos, ni cetros, ni
altares,
solo el trozo de milpa que el sudor
ha ganado;
fuiste el grito del paria en los
densos cañares,
el brazo del indio por siglos negado.
"La tierra es de quien la
trabaja con fe,"
dijiste en Ayala, con voz de volcán;
y el Plan que firmaste fue el agua y
la sed,
de un pueblo que busca justicia y su
pan.
Aunque en Chinameca la traición fue
certera,
y el plomo intentara callar tu
latido,
no saben que el héroe no muere, ni
espera,
que vive en el grano que no se ha rendido.
Tu sombra es el monte, tu voz es la
lluvia,
tu herencia es el surco que vuelve a
brotar;
mientras haya una mano que siembre y
que sufra,
¡Zapata vive! y no dejará de marchar.
Obra poética registrada.
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