viernes, 5 de diciembre de 2025

EL DESPERTAR DEL EQUINOCIO.

 






​El aire ya no mordía. No era cálido, pero había perdido esa ferocidad glacial que había mantenido a raya al mundo durante meses. Luna, una gata atigrada que pasaba el invierno acurrucada junto al radiador, sintió el cambio primero. Saltó de la silla y se dirigió a la puerta de cristal, maullando con una exigencia inusual.

​Al otro lado, Elías sonrió. No necesitaba mirar el calendario; el sol que se colaba por la ventana tenía un matiz distinto, una luz más atrevida y dorada, no el pálido resplandor del invierno. Era el día en que la luz ganaba la batalla.

​Abrió la puerta y el olor lo golpeó: tierra húmeda, ligeramente fermentada, con un tinte agridulce y fresco de savia recién ascendida. Se puso el cárdigan y salió al pequeño jardín.

Las ramas del cerezo, antes rígidos esqueletos, parecían haberse hinchado, sus yemas vestidas con un tímido color rosa que prometía una explosión en las próximas semanas.

​Pero la verdadera señal estaba a sus pies.

Justo al borde de la acera de piedra, donde la helada había sido más persistente, un pequeño azafrán, de un púrpura intenso, había abierto su copa. No era una flor lujosa, sino una declaración silenciosa de resistencia. Elías se agachó.

 Tocó la flor con la punta del dedo y sintió la textura de los pétalos, finos y vibrantes.

​Respiró profundamente. El día no solo anunciaba la primavera, sino la promesa de todo lo que aún estaba por suceder. El color estaba regresando al mundo. Se puso de pie, y por primera vez en mucho tiempo, sintió que él también estaba a punto de brotar.



@copyright

Fotografía propiedad de Carl Anderson.

Minnesota.

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