Hay un tipo de cansancio que no se cura durmiendo. Es la
fatiga del alma, la que te deja vacío después de haberlo dado todo a la persona
equivocada. Nos dijeron que el amor era resiliencia, lucha y sacrificio, pero
nunca se nos advirtió que a veces, esa lucha se convierte en una lenta y digna
autodestrucción.
Este no es solo un lamento, es el testimonio de la herida
abierta por el amor que no merecíamos dar.
El dolor de amar al ser equivocado no es un golpe repentino;
es la metralla constante de las pequeñas decepciones. Es el agujero en el pecho
que se ensancha cada vez que eliges su bienestar por encima del tuyo. El dolor
es la certeza de que tu valor no es negociable, pero lo negociaste cada día
para encajar en el diminuto espacio que te concedían.
Duele la traición, sí, pero duele mucho más la traición a
uno mismo. Duele recordar todas las advertencias que ignoraste, todos los
límites que borraste por miedo a que se fueran. El dolor es el recordatorio
físico y palpable de que tu amor fue real, inmenso, y que fue depositado en un
recipiente que no solo no lo contuvo, sino que lo consumió sin un solo
agradecimiento.
La herida no es el final de la relación, es el estado en el
que quedas después de que termina la guerra. Es la sensación de estar vaciado.
Mi herida es el espacio que ocupó la otra persona en mí, y
que ahora queda hueco y sensible al tacto. Es la erosión lenta de la
autoestima, la voz interna que solía gritar de alegría y que ahora solo susurra
dudas. La herida es la incapacidad de mirar hacia atrás sin ver una línea de
tiempo marcada por mis esfuerzos inútiles, mis sacrificios invisibles.
Es una herida que no sangra hacia afuera, sino hacia
adentro, volviendo ácida la dulzura que una vez poseíste. Es la desconfianza
instalada como un centinela cruel en mi alma, que me obliga a cuestionar la
autenticidad de cualquier gesto de bondad futura. La herida es el miedo de
volver a ser tan valiente en el amor.
El agotamiento es la
última etapa. No es solo estar cansado; es la rendición inevitable de quien ha
luchado con todas sus fuerzas contra un fantasma, contra una ilusión.
Estoy agotado de ser el motor, el terapeuta, el mediador, el
salvador. Agotado de mantener a flote un barco que la otra persona se empeñaba
en hundir.
Es el agotamiento de dar explicaciones que nunca se
escucharon, de pedir cambios que nunca llegaron, de mendigar el tipo de respeto
que debería haber sido la base.
Este agotamiento es la liberación. Es la paz terrible que
llega cuando finalmente sueltas la cuerda, no por falta de amor, sino por un
profundo y primario instinto de supervivencia. La gran fatiga no es por lo que
perdimos, sino por todo lo que tuvimos que hacer para postergar lo inevitable.
Y ahora, desde las cenizas de esta herida y con este
agotamiento profundo, solo queda un acto de amor revolucionario: empezar a
devolver toda esa energía y dedicación al único ser que realmente importaba y
que dejaste de lado: yo mismo.
Imagen de Google.

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