Llegaste con el paso del que busca
descanso,
con la palabra dulce, con el gesto
aprendido;
yo te abrí los portales de mi pecho
remanso
y te di la confianza de quien no ha
sido herido.
Buscabas en mis manos el favor y el
sustento,
el brillo de mi lumbre para iluminar
tu fosa;
te serviste de mí como el ala del
viento,
mientras en tu mirada la envidia era
una espina rosa.
¡Qué bien sabes fingir el abrazo que
cura!
¡Qué maestra es tu lengua en el arte
del lazo!
Fuiste hiedra que sube por la pared
más pura
para luego dejarla caer en pedazos.
Me buscaste por lucro, por el bien
que poseo,
vaciaste mis arcas de fe y de bondad;
y al sentirte colmada, bajo un cielo
plebeyo,
me clavaste el puñal de tu falsa
amistad.
Pero escucha, traidora, que en tu
triunfo hay condena:
el que hiere la espalda por puro
interés,
beberá de su propia y amarga condena,
pues quien mata un amigo, se mata a
la vez.
Yo me quedo con mi alma, herida pero
entera,
con la luz que es solo mía y que no
pudiste robar;
tú te quedas al frío, fuera de mi
frontera,
con el peso del acero que no deja de
quemar.
Autora : Ma. Gloria Carreón Zapata.
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