La mañana de octubre se desplegó con un frescor bañado en
rocío, mientras el viento, ahora juguetón, danzaba entre las hojas tardías.
Dany se disponía a iniciar su caminata habitual cuando una voz lo detuvo en
seco, suavemente, a sus espaldas.
"¡Hola, vecino! ¿Tan temprano levantado?"
Se giró. Era Estela, su vecina, con una sonrisa que rompía
el frío de la mañana. Conversaron y, sin más preámbulos, hicieron el recorrido
juntos.
Durante el camino, Dany la observó de cerca, con una
curiosidad que no recordaba haber sentido. Hacía tiempo que no se fijaba
realmente en Estela. ¿Cómo es que no me había percatado de ella antes?, se
preguntó. Había algo diferente: no era solo su belleza, sino la sutil
melancolía que velaba sus ojos, un halo de introspección que hacía su sonrisa
más valiosa. El brillo que desprendía su mirada parecía haber penetrado su
alma, cautivándolo al instante.
Pronto se hizo una dulce rutina: él la esperaba cada mañana
para hacer las caminatas juntos. Sin embargo, Dany cargaba con el peso de tres
años de duelo amoroso y un juramento autoimpuesto de no volver a enamorarse.
Esta vez, el destino parecía tener otros planes.
Una mañana, el tema de conversación se desvió de las
trivialidades del clima y el vecindario. Estaban a mitad del sendero cuando
Estela rompió el silencio con una pregunta sencilla, pero profunda.
"Siempre caminas con un ritmo tan decidido, Dany. ¿A
dónde vas con tanta prisa?"
Él sonrió, un poco incómodo, y se encogió de hombros.
"Supongo que la prisa es un hábito. He estado corriendo de algo, o hacia
algo, por mucho tiempo."
Estela detuvo el paso por un instante y lo miró con esa
quietud característica. "Quizás... es hora de detenerse."
"¿Detenerme?"
"Sí. Respirar el aire frío sin sentir que tienes que
llenarte los pulmones para la próxima tormenta. Mirar el color de las hojas sin
pensar en la tristeza que viene cuando caen", dijo ella, señalando un arce
de un rojo intenso. Luego añadió, con voz suave, "A veces, la mejor forma
de avanzar es darse permiso para quedarse quieto, al menos por un
momento."
La franqueza de Estela era como una llave girando en una
cerradura oxidada. Dany sintió que una pieza de su armadura emocional se
desprendía. Por primera vez, se atrevió a contestar con honestidad.
"Tienes razón. Ha sido un invierno largo. Me
acostumbré al frío."
"Y yo he estado esperando a que alguien me recuerde
que el otoño no es solo el final, sino también el color más hermoso del
año", respondió Estela, y en ese momento, la melancolía en sus ojos
pareció aligerarse, reemplazada por una chispa de esperanza compartida.
El forcejeo interno de Dany duró unas semanas más, un tira
y afloja entre el recuerdo doloroso y la luminosa promesa que Estela
representaba.
Estela seguía
esperando, sin presionarlo, con esa sonrisa radiante que era la única luz que
Dany no se atrevía a evitar. Él la miraba de soslayo, haciéndose el
desentendido, pero sus movimientos eran más lentos, su indiferencia cada vez
más una máscara forzada.
Una tarde, mientras el sol de la puesta teñía de naranja
profundo las copas de los robles, llegaron a la base de la colina. Dany se
detuvo, sintiendo el corazón latir con el mismo ritmo desenfrenado que usaba al
correr.
"Estela," murmuró, su voz apenas un suspiro
contra el viento. Ella se giró, la luz del atardecer perfilando su rostro, y lo
miró con total expectación.
En ese instante, el juramento de no amar se hizo añicos
como cristal bajo sus pies. Se acercó un paso, luego otro, acortando la
distancia física que había mantenido religiosamente. Levantó la mano, rozando
con el pulgar la curva de la mejilla de Estela, sintiendo la calidez bajo su
piel.
"Ya no quiero correr más," confesó Dany, y en esa
frase no había prisa, sino una rendición total.
Estela sonrió, no con esa sonrisa cautelosa de antes, sino
con una abierta, llena de alivio. "Entonces, quédate."
Y así, bajo el sol bajo de octubre, Cupido hizo lo suyo.
Dany se inclinó y la besó. No fue un beso apresurado, sino una promesa lenta y
profunda. En ese instante, el tiempo se detuvo, sellando su rendición y el
renacer de la esperanza con un beso y un nuevo juramento: el de un amor que
acababa de empezar.
Autora : Ma. Gloria Carreón Zapata.
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