viernes, 1 de julio de 2011

LA CUEVA DE LA AMBICIÓN : (LEYENDA)

jueves, 31 de marzo de 2011 a las 15:02





En un lugar muy apartado de la civilización llamado Cerros Blancos, al Sur del Estado De Nuevo León, donde los habitantes hablan aún de gnomos, fantasmas, la llorona, aquelarres, chaneques, brujas y duendes, espíritus errantes y demás, legado de viejas civilizaciones, se cuenta una leyenda muy popular entre sus habitantes.

Se habla de una cueva que contiene grandes tesoros en joyas y miles de riquezas, acuñadas en cofres atiborrados de doblones españoles de oro y grandes lingotes macizos también de ese precioso metal tan codiciado, así como hermosas alhajas incrustadas con los más exquisitas piedras preciosas de todas clases, como diamantes, rubíes, zafiros, esmeraldas, y toda la demás pedrería imaginable.

Un día un lugareño escuchó sobre esa leyenda y, sin importarle el peligro que conllevaba la empresa, cegado por la ambición, se adentró a lo profundo de la sierra sin hacer el mínimo caso de advertencia de su gran y único amigo de nombre Eduardo; de esa forma, al llegar a su destino por fin, después de haber andado perdido varias jornadas al no haber dibujado bien el croquis, boquiabierto, pudo finalmente darse cuenta de la verdad sobre lo que se murmuraba en el pueblo pues, de pronto, se vio envuelto en una espesa neblina.

Un gran escalofrió lo invadió haciéndolo caer sobre la yerba perdiendo el sentido sin siquiera haberse podido percatar del asunto y, con ello, a la vez, también perdió la noción del tiempo por unos cuantos minutos; de esa forma, al volver en sí y recuperarse de su asombro, se dio cuenta de que estaba ya dentro de la cueva; de pronto, escuchó un estruendoso ruido que le heló la sangre.
En ese momento, arrepentido, pensó dentro de sí:
--¿Por qué no le hice caso a mi amigo Lalo?...--, como le decía desde niño a su gran amigo Eduardo, pero ya era demasiado tarde, su ambición tuvo más éxito que el consejo de su camarada de juegos infantiles, y que la prudencia.

Ya muy tarde pudo darse cuenta pues, en ese instante, una gran serpiente se abalanzó hacia él, sin darle tiempo a reaccionar y, así, el gran susto que llevó lo dejó inmóvil por una fracción pero, además, luego al pretender reaccionar, trastabilló cayendo a lo profundo de un barranco dentro de la gran cueva y con esto a lo profundo también de un sueño inconsciente.

No supo cuánto tiempo después, tirado sobre el piso de tierra, lo despertaron unos pequeños movimientos que trepaban a su gran cuerpo mientras terminaba de recobrar el sentido; fue en esos instantes que finalmente pudo abrir bien los ojos para también escuchar unos murmullos preguntándole todos a la vez en diminutas vocecillas:
--¿Ya despertase al fin?...--.
--¿Quién eres?..--.
--¿Cuándo llegaste?...--.
--¿A qué viniste?...--.
--¿Por qué estabas durmiendo sobre la tierra?...--.
--¿Traes dulces?...--.
--¿Desde dónde vienes?...--.
--¿Cómo te llamas?...--.
--¿Vienes solo?...--.
--¿Qué haces en este lugar tan lúgubre?...--.
--¿No sabes que esta cueva está maldita?...--.

Él, no daba crédito aún a lo que veía trepando sobre su cuerpo, eran cientos de pequeños duendecillos quienes habitaban el lugar, advirtiéndole en seguida que debería de salir huyendo del sitio; ellos, le guiarían para que pudiese escapar de la gran serpiente que custodiaba la cueva maldita, celosa siempre de que cualquiera se llevara su gran tesoro pero, para nuestro ambicioso personaje fue más fuerte su ambición por segunda ocasión, que el deseo de salvar su propia existencia, diciéndoles a todas las buenas advertencias y buenos juicios:
--¡Yo vine por el tesoro… y el mismo que me llevaré!...--.

En eso, se escuchó un estruendo muy fuerte, era como si se estuviese derrumbando la gran cueva pues rugían las piedras desde sus propios cimientos y, asustado, salió corriendo acompañado de sus amables anfitriones hacia un encaramado risco casi coronando el acantilado que por debajo de la misma cueva casi se perdía de vista; de esa forma y a salvo por el momento, ahí esperó en compañía de los duendes hasta que pasara el peligro cuando, de pronto, escuchó una vocecita que salió volando de debajo del suelo del risco diciendo:
--¿Necesitas ayuda?..., ¡yo te guío…, conozco estos barrancos y desfiladeros perfectamente!...--.

El hombre aún sin comprender que estaba frente al hada de los sueños, negó moviendo la cabeza; el, había ido detrás de un tesoro y sólo preguntó en voz alta:
--¿Cómo he de regresar a casa con las manos vacías?...--, agregando en seguida tercamente:
--¡No…, no puedo hacer eso!...--.
Y así, despreciando la tercera oportunidad de salvar su vida, salió corriendo de regreso otra vez hacia la entrada de la cueva en donde estaba aguardándolo la inmensa fortuna resguardada a su vez por la serpiente maldita, ingresando con su linterna hasta encontrar el tan anhelado tesoro escondido y, de esa manera, cuando por fin estuvo en el recinto formado por la naturaleza, mientras acariciaba ambiciosamente los diamantes y las doradas monedas brillantes, los lingotes de oro y las alhajas y demás joyas resplandecientes a la luz de su lámpara, a la vez que prendía fuego a un gran cofre de monedas antiguas conformadas básicamente en viejos doblones españoles para quemar el gas venenoso acumulado por tantos siglos, no se dio cuenta cuando, el enorme monstruo, la inmensa víbora que custodiaba la gran cueva, apareció frente a él.

En ese momento hubiese querido que la tierra se lo tragara, mil veces lo hubiese preferido al aterrador espectáculo de esa terrorífica serpiente con fuego en los ojos, sangre en la boca y su lengua viperina y espantosa que se movió frenética, cuando su dueña dijo en un siseo de voz espeluznante:
--¡Por mi parte… te daré una única y última oportunidad de salvar tu vida!...--, le advirtió la gran serpiente con una voz pasmosa como infernal, riendo diabólica y escandalosamente después:
--¡Jajajajajaja!...--, y siguió de la misma forma alzando el timbre cuanto podía:
--¡O todo o nada!...-- le grito con esa voz salida de los mismísimos infiernos.

Él, que había ido preparado, de su morral sacó unos costales que llevaba bien doblados, y empezó a guardar todo lo que podía en ellos; luego de llenarlos con todo lo que les cupo, comenzó a meter lo que podía dentro de sus propios bolsillos, llenó el morral de donde sacara los costales, se quitó la camisa para poder cargar más monedas y diamantes en ella pero, ni aún así, consiguió cargar con todo pues, era demasiado y la serpiente quien en realidad era el demonio, le había advertido que se llevaría, o todo, o nada.

De esa forma el pobre hombre ambicioso arrastrando sus dos costales, su morral y su camisa, además de solo un gran cofre y sus bolsillos llenos a más no poder, intentó salir de la cueva cuando, de pronto, volvió a tronar la macabra voz:
--¡Dije todo o nada!...--, el espeluznante tono infernal lo detuvo para hacerlo voltear, y así ver cómo la gran serpiente se le abalanzaba con las enormes fauces abiertas para engullirlo de un bocado; se sintió morir en el instante que también sintió en sus espaldas las garras de un águila que lo levantaba en vilo sobre el aire.

El hada de los sueños, había enviado a esa ave gigantesca para salvar la vida del ambicioso hombre quien, en ese momento, reaccionó dándose cuenta que estuvo a punto de perder la vida y no volver a ver jamás a su familia, a sus hijos ni a sus padres solamente por ambición. Entonces, comprendió que el mayor tesoro que tenía era su vida y la compañía de los suyos; que el ser rico era muy complicado, y nunca más volvería a intentar regresar de nuevo por ese tesoro maldito.

Y así, guardaría en lo profundo de su alma su inviolable secreto, su inolvidable visita a la gran cueva de la ambición.


Autoría: Ma Gloria Carreón Zapata 
Edición Literaria: Miguel Valdés.

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